sábado, 5 de abril de 2008

A suertes

Cara o cruz: la moneda giran sobre la madera negra de la barra de un bar. Su movimiento se refleja en el barniz, en la pared de cristal y en las pupilas de quien acaba de lanzarla. La escena se produce simultáneamente en dos locales distintos de la misma ciudad. Javier acaba de apostar consigo mismo que si sale cara dejará su trabajo para realizar su sueño de ser cantante. Incluso si tiene que empezar tocando en la calle. Sincrónicamente, Lucio arroja la moneda que danzaba en sus dedos sobre el negro tapiz acrílico de la barra de otro local. Acaba de ganar mucho dinero, más bien no lo ha perdido. Ya que su apuesta consistía en que le dejaría a un amigo los ahorros de toda su vida para intentar salvar su negocio.

La moneda da una vuelta. El barniz refleja el devenir de Javier. Sobre el metálico esmalte se asombra un chico rubio de ojos marrones de 28 años. Lleva dos trabajando en una empresa de compraventa de los derechos de distintas propiedades intelectuales. Sus afiladas facciones se asemejan al “1” del euro que bendice la existencia de la suerte en su mágico baile. Delgado como un palillo y de nariz precozmente adelantada a cualquier situación en un par de segundos, enturbia sus delgados labios en un mejunje etílico. En la pintura de la barra se aprecia tímidamente el número, el palo del uno coincide perfectamente con el hocico del chico. La parte dorada de la moneda revela la mirada de la camarera, que contempla perpleja otra modalidad de entretenimiento de un borracho en un bar. Al coincidir exactamente con la parte exterior del metal, los ojos negros de la trabajadora se inmutan en unas achinadas lunas de color miel.

Javier retiene las consecuencias de la jugada y opta por salir de allí para festejar su victoria. Realmente quería que saliese cara, desea ser músico. Siempre quiso serlo. Desde pequeño estudió solfeo y tocaba la guitarra. Ni él mismo pensó que al final aquello le llamase tanto la atención. Tras su paso por distintos grupos de rock siguió estudiando Derecho hasta que terminó en la empresa en la que trabajaba. Un camino con el que nunca soñó. Sabía que su vida era la música. Y que si seguía por esa línea comenzaría a tener necesidades de las que realmente podía prescindir. Una vez que estuviese bien acomodado a una serie de caprichos, nunca más se plantearía si sus sueños valían el sueldo que le pagaban o lo que tendría en un futuro. Buscó el primer garito que vio abierto y se introdujo como un sobre bajo una puerta. Deslizándose con noticias: dejaría de forma paulatina su trabajo. Tenía que pagar algunas deudas ineludibles como el crédito que sus padres pidieron, sobre la hipoteca de la casa, para pagarle los estudios. Además de las letras del coche que se había comprado. Pero empezaría tocando donde fuese por un par de monedas. Una guitarra y su voz para un público difícil eran un buen principio para saber lo que es empezar desde abajo. Desde los sueños como única savia. Luchando contra los acontecimientos que atañen al devenir y no ser un alma en pena por no haber luchado.

Lucio deshace la noche entre palabras malditas que profanan la amistad y consagran la buena vida. Su rechoncha figura no alcanza a ser silueteada por la cara de la moneda que ahora apunta a la incipiente alopecia que marchitó sus ganas de ser joven a sus 45 años. El monarca español atisba sus pupilas en el iris de Lucio. Al tiempo que éste relega sus últimos sorbos de anís al aséptico vaso de plástico que le acaban de dar para que se beba su líquido portento de valentías de cobardes fuera del local. El espejo de la pared de la barra refleja las botellas y la cabeza cabizbaja del jugador observando la moneda. El las milésimas de segundo que pasan entre que decide girar por la inercia, todo queda marcado en el anverso de la moneda. Al tiempo que se bambolea, consigue aparcar su cuerpo en otro lugar cercano. Anda 50 metros hasta una especie de discoteca. Su amigo necesita realmente el dinero porque la empresa está al borde de la quiebra. Pero sus ahorros le permitirán montar su propio negocio y dejar a un lado su aburrida vida de administrativo en el juzgado. Justificándose, penetra en la penumbra del incesto alcohólico de la noche profunda. El portero ignora que tiene el doble de la edad de la mayoría de los jóvenes que entran en la discoteca porque sabe que consumirá.

Lucio y Javier bailan en mitad de la pista. Javier encadena unos movimientos más acompasados, dentro de su tremenda alucinación destilada. Lucio encaja los avatares de las nuevas tendencias con sosiego y esgrime tímidos gestos que reconoce anticuados. Aunque le da igual, piensa que es demasiado viejo para sentir vergüenza por nada. Durante un instante ambos jugadores entrecruzan sus miradas. La camisa blanca de rayas azules de Lucio es un reclamo momentáneo de las atenciones. La camisa azul de franela con cuadros negros de Javier tampoco pasa desapercibida. En una especie de conexión, reconocen el estado de fervor solitario del otro y comienzan a bailar juntos.

Javier acaba de tocar su última canción de la mañana. Es su día de descanso y se refugia en una callejuela donde muestra sus dotes musicales. Un barrio bohemio en el que encuentras y ves de todo. Al tiempo que oxida las cuerdas de su guitarra acústica metiéndola en una funda mojada, observa como una chiquilla de unos 15 años acompañaba a un chulo hasta una esquina. No parece mala niña. Intuye la crónica de una vida truncada y decide que es demasiado pequeña para no optar por mejores sueños. Durante unos minutos ve como el tipo desaparece en un portal, tiempo en el que actúa en firme.

Se acercó a la chica y le preguntó de dónde era y qué edad tenía. Cuando respondió que de la ciudad, pero qué le importaba a él y a qué venían tantas preguntas se hizo pasar por policía.

La chica confesó arrepentida que sólo quería sacarse uno euros. Que sólo tenía que hacerle un favor oral a un señor mayor. Así que la tomó del brazo y salieron del callejón tan rápido como pudieron. Le pidió su dirección y encajaron una serie de apreciaciones antes de llegar al domicilio.

Lucio abre la puerta. Javier esclarece su estratagema rápidamente. La hija del orondo y bigotudo señor parece un ángel junto a un amorfo querubín.

-Gracias.

-De nada.

-De verdad. Gracias. Dime que puedo hacer por ti. Acabas de salvar a lo que más quiero en este mundo.

-No es nada, hoy por ti y mañana por mí. Es que no me gusta ver cómo se aprovechan de las niñas.

-Si alguna vez tienes algún problema. ¡Lo que sea! Vienes y lo solucionamos.

-¿Cómo te llamas?

-Lucio. ¿Y tú?

-Javier.

El euro titubea sobre su canto y desdibuja a Javier junto a la funda de la guitarra con dos monedas de 20 céntimos que le acaban de tirar después de tres horas tocando. Su empresa acaba de cerrar porque ha quebrado. Los trabajos que aparecían en cada esquina se han esfumado tras la cortina del teatro burlesco de las casualidades. Su sonrisa ridiculiza la pobre expresión del perdedor. Un abogado que ha terminado cantando por dos monedas en una calle llamada “Suerte”. Al final de la acera atisba una figura conocida.

-¿Lucio?

-¿José?

-No, Javier.

-Sí, Javier. Perdona, tengo mala memoria.

-¿Qué tal tu hija?

-Bien. Más centrada. Pero disculpa, es que tengo un poco de prisa.

-Un momento. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste? ¿Aquello de que si tenía un problema acudiese a ti? Necesito un trabajo o dinero. Perdí el empleo a y mis padres también perderán la casa si no pagan los plazos de un crédito que pidieron. Con la pensión sólo les lleva para comer. En realidad, desde que se jubilaron yo era el que pagaba el préstamo todos los meses.

-¿No sacas nada con la música?

-La verdad es que no saco ni para el autobús.

-Lo siento, pero no te puedo dejar nada ahora. Le presté todo lo que tenía a un amigo para que reflotase su empresa. Soy un simple funcionario que no gana más que para sobrevivir. Ni tampoco conozco a nadie que pueda darte trabajo. Si al menos la empresa de mi amigo fuese bien podría llamarlo, aunque habrá que esperar.

El euro retumba contra la barra en un viaje casi finito. Todavía tan rápido que impide dilucidar la imagen de qué cara saldrá, sosteniendo la atención de Lucio. Su dinero de toda una vida. Ahorros que en realidad no sabe en qué gastar. Ni siquiera tiene una excusa para negarle el préstamo a su amigo de la infancia. Por eso espera que salga cara, así no tendrá que dejarle el dinero. La razón se la podría inventar después. El nervioso movimiento del círculo metálico reestablece las conexiones de su atención. Las luces de los focos impactan en el plateado dado y reestructuran las imágenes que guarda de su infancia junto a Daniel. Verde, azul, ahora rojo. Unos pequeños destellos de color sobrepasan su blanca cara, un fotograma lumínico regalo del pequeño espejo metálico que rota sobre su eje manteniendo el equilibrio. La moneda está quebrada de muerte por la fuerza de un destino que la llevará a caer sobre una de sus dos caras. De repente, la sala entera enmudece, todos parecen estatuas, nada existe excepto aquel instante. Lucio y la moneda. Cae. La cara de la moneda es: cruz. La coge sin más, le da la vuelta y la deposita otra vez sobre la barra. Ahora es cara. Pide un trago de algo fuerte y decide que ha perdido. No podrá dejarle el dinero a su amigo. Tal vez tenga que utilizarlo para olvidar que maltrata a su hija cada vez que se emborracha porque no encuentra sentido a la vida.

Javier llora junto a sus padres. Acaban de perder la casa. El banco les da tres días para desalojar la vivienda. La cruz relega la imagen de un cantante de los años 60 de un cuadro de una pared, instantes antes de perderse bajo la realidad del bar y del resultado. Acaba de salir cara. Dejará la empresa, poco a poco, para ir dedicándose a la música. Claro que antes devolverá el dinero que sus padres pidieron al banco, hipotecando la casa, para pagar sus estudios fuera del pueblo. Aunque ahora no tiene dinero para terminar de solventar la deuda. La empresa quebró y no cobró ni el último mes. Nadie puede ayudarle. Sus últimos instantes de felicidad se acaban en la tienda de música en la que vende la guitarra. 12 minutos antes de que llegue el autobús que le llevará al pueblo de su infancia, para vivir junto a sus padres en casa de sus tíos. Allí trabajará en el campo de por vida. Ya que no es capaz de olvidar que sus progenitores han dado hasta su futuro por una vida que nada tendrá que ver con lo que prometía. Tres minutos antes de que llegue el autobús se encuentra con su antiguo jefe. También lo ha perdido todo, hasta el coche. También está a punto de irse a su ciudad natal para ver si consigue rehacer su vida.

-¿Qué pasó con la empresa?

-Teníamos pérdidas. Necesitábamos una pequeña inyección de dinero y hubiésemos aguantado hasta conseguir la cuenta de aquel cantante pop tan famoso.

-Pues vaya. No es que yo haya perdido todo, es que mi familia dependía de mí y también lo han perdido todo.

-No sé qué decir. Mi mujer me ha dejado y se ha ido a casa de sus padres con los niños. Si entro en el banco ahora son capaces de llamar a la policía para ver si llevo algún céntimo que pueda devolverles.

-¿No tenías ningún amigo que pudiese dejarte el dinero, a parte del banco?

-Sí. Mi amigo de la infancia Lucio. Pero el pobre tiene muchos problemas y no tenía ahorrado casi nada. Me contó que había ayudado a un chico que salvó a su hija de un gran problema, no me preguntes de qué, y que le dejó mucho dinero. Lucio es una gran persona.

-¿Lucio? ¿Se llama Lucio? ¿Regordete, calvo y con bigote? ¿Y su hija es alta con el pelo rizado y muy blanca de piel? De unos 15 años de edad.

-Sí.

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