martes, 1 de abril de 2008

Mi Ángela

Me senté en uno de los bancos, hasta que la misa comenzó a ser demasiado aburrida. Al principio llegaba la gente y oraba. Imaginaba las conversaciones que estarían teniendo con Dios. Deseos inconfesables, comportamientos reprobables o interminables demandas de soluciones a problemas imposibles de resolver. Esperando tener una señal, algo que les indicase el camino en un momento de sus vidas en el que ya no sabían qué salida tomar.

Tenía la costumbre de buscar la paz en las iglesias. Cuando me sentía mal o mis problemas se adueñaban de mi presente, siempre terminaba metiéndome en alguna. No las buscaba, pero si por casualidad encontraba alguna no dudaba en entrar. No era creyente, yo nunca hablaba con Dios ni con nadie, simplemente entraba y me sentaba en un banco a ver cómo los demás rezaban o admiraban el templo. Supongo que la paz que me proporcionaba era debido al silencio, la luz tenue y el respeto con el que la gente se movía en su interior. Nunca llegué a hablar con nadie ni creer en la existencia de Dios. Disfrutaba viendo cómo los demás lo hacían. Sabía que era una suerte creer en el Señor y tener a alguien al que confesar tu vida y obtener una redención sin costo alguno. Porque lo bueno de Dios es que siempre los perdonaría.

Estaba sentado al final de la iglesia. Ella me preguntó si me importaba que se sentase a mi lado. Le contesté con una sonrisa y dejó caer su cuerpo, embutido en un sedoso vestido blanco, junto a mí. Con un movimiento de cabeza retiró su morena cabellera rizaba hasta la cintura detrás del respaldo. Sus labios rojos desgajaron unas palabras que no terminaron de salir. Yo miraba hacia delante y de reojo hacia ella. Era

muy guapa. Como un ángel. Ella respondió que yo tampoco era feo. Aunque lo ángeles no tienen derecho a opinar sobre sus protegidos.

Mi cabeza se calentó mucho. Mi imaginación me había dado una contestación que supuestamente procedía de la increíble fémina que se había sentado junto a mí.

-Nada de eso. Mis palabras tienen tanto de real como tus sueños.

Dudé… Luego me respondí dentro de mi cabeza.

-Te estás volviendo loco, Teodoro.

Y mi cabeza me contestó, sin yo interceder una respuesta voluntaria.

-Para nada cariño… Soy de verdad y éste es el deseo que pides cada vez que vienes a la iglesia: encontrarme.

-¡Nunca pedí hablar con un ángel!

Girando la cabeza hacia ella, aunque no me atreví a decirle nada en voz alta porque ella no giraba la cabeza hacia mí. Miraba fijamente hacia el atrio sin inmutarse. Me levanté y le pedí paso. Creí estar volviéndome loco. Me lanzó una mirada y apartó sus piernas para dejarme pasar.

-No te vayas, Teodoro.

Me dijo en voz alta.

Me volví a sentar y dejé que pasasen unos segundos hasta que la chica dejó de mirarme a los ojos para volver a prestar su atención al final de la iglesia.

-¿Ahora crees en los ángeles?

Sonó una voz en mi cabeza.

-Pues claro que no.

Me respondí.

La chica posó su mano sobre mi pierna y di un pequeño respingo.

-No voy a comerte.

Respondió en voz alta.

-Para ser un ángel eres muy guapa y me pones nervioso.

-No tengas miedo, sólo he venido en un envoltorio agradable, pero mi misión no es ponerte nervioso.

-¿Y cuál es tu misión?

Respondí a mi cerebro.

La gente no dejaba de entrar y salir de la iglesia. Dos mujeres delante de nosotros rezaban de rodillas. Más adelante había un abuelo con su nieto. La mayoría de los bancos estaban llenos. En realidad hacía un rato que despreciaba a los inquilinos que me rodeaban. Mi atención estaba aturdida por un solo punto de distracción.

-Tengo que salvarte de ti. De tus miedos, te tus frustraciones y de tus complejos. Nadie te ha enseñado la belleza que tienes porque tú mismo no dejas que se vea de ti nada más que un borrón.

Miré mi Ángela y tardé en reaccionar unos instantes.

-Mira, vengo aquí porque necesito paz.

-Pero no la encuentras y por lo menos disfrutas viendo como los demás la encuentran, en un juego que podría calificar de extraño, cariño.

-¿Qué dices? Simplemente estoy cómodo en un sitio en el que el ruido se reduce a unos pasos. Es cierto que me resulta fascinante que los demás hallen consuelo en algo que ni ven ni oyen, sino que vive únicamente en su imaginación. Aunque sobre todo me alegro por ellos. A pesar de que yo considere que Dios es tan sólo un milagro de la psicología del ser humano para sentirse mejor, por tener una vida que nunca es perfecta, considero que en su especie de esquizofrenia en la que imaginan que dialogan con alguien que no existe: Dios. Existe algo más importante que el hecho de que estén locos. La locura de creer en algo sin sentido los hace estar más cuerdos. Al liberar sus pecados, no tener miedo a la muerte porque irán al cielo o saber que alguien protege sus errores se sienten bien.

-¿Igual que tú ahora?

-Yo no estoy loco, simplemente acabo de descubrir que sí que existía Dios.

-¿Y quién te dice que realmente no estés hablando sólo?

-Porque estamos hablando.

-Pues nadie nos escucha ahora.

-Antes me hablaste en voz alta.

-Eso es lo que tú crees.

-¿Porque no vuelves a mirar a la chica que tienes a tu lado y te das cuenta de que eres tú mismo el que habla contigo?

-Disculpa… ¿Estoy hablando contigo?

-Pues sí, Teodoro. Qué te pensabas… No hablas solo. Sólo tienes que darte cuenta de que ya sé lo que te pasa. Necesitas creer en Dios. Aunque te cueste trabajo. Es lo que me dijiste la última vez que hablamos. ¿No te acuerdas?

-¿Habíamos hablado antes?

-Hace algún tiempo. De vez en cuando vienes a esta iglesia. Como yo. Hace seis meses que nos vemos por aquí. Pero nunca quieres recordar que habíamos hablado. Ya está bien de este juego, ¿no?

-¿Qué juego?

-La última vez te dije que dejases de beber. Los médicos te dijeron que te está afectando a la memoria y te produce alucinaciones. Aunque ya sabes que tu Ángela siempre te ayudará cuando lo necesites. Una monja se debe a los necesitados. Pero al tiempo hay que querer ser ayudado.

-¿Tú puedes comunicarte conmigo sólo con la mente?

-Ya sabes que sí.

Al fondo de una iglesia, en el sagrado corazón de los que sueñan, se difuminaba un rezo. Teodoro reconoce ser cristiano.

-No puedo negar que lo sea. Mi Ángela siempre me da buenos consejos. Es difícil entender a quienes no creen en Dios. Es complicado ser cura si no te pones en el lugar de los demás de vez en cuando.

-No te preocupes Teodoro. Ahora puedes volver a tu trabajo. Yo siempre estaré contigo para ayudarte a resolver tus problemas. Me encanta cuando sueñas ser alguna de las almas a las que te gustaría llegar a salvar.

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