lunes, 24 de noviembre de 2008

El escudo de cristal

Paseaba sin rumbo fijo, recorría el corredor de un lado al otro, cuando se paraba en la ventana imaginaba como el viento se estrellaba contra el cristal. Su trabajo consistía en velar por la integridad física de los médicos, pero entre paciente y paciente, entre la multitud de aquella gran sala de espera, dedicaba varios minutos a mirar por aquella única y gran ventana que daba a un campo. El ambulatorio en el que trabaja Peyo estaba en mitad de la ciudad, pero habían hecho un gran parque con multitud de árboles y pistas de deporte, lo que para un urbanita sería un campo. Llevaba tres años deteniéndose frente a la ventana varios minutos todos los días, era una forma de evadirse, imaginar que siempre se puede estar protegido por un simple cristal que nunca vemos pero que puede estar ahí, como sucedía con el viento que nunca le tocaba. Un día se le ocurrió abrir la ventana para comprobar de verdad que el aire castiga el cristal realmente, los resultados fueron nefastos, un pájaro entró volando a toda velocidad, revoloteó entre la gente hasta que terminó estrellándose contra una pared. Se sentía tan culpable que lo llevó a una de las consultas por si algún médico podía hacer algo por él. El animal tenía contusionada un ala y ya no podía volar. Se lo llevó a su casa con la firme intención de cuidarlo hasta que estuviese recuperado, pero el ave no sobrevivió a una alimentación ordinaria.

El aire golpeó los cristales con intensidad, Peyo corrió hasta la ventana porque aquel día había grandes ráfagas de aire y temía que abrieran la ventana a la fuerza. Al acercarse, la ventana se abrió y uno de los filos lo golpeó fuertemente. Los médicos lo atendieron rápidamente, se había abierto una gran brecha en la frente y sangraba en abundancia. Entre las manos que tocaban su cara, la sangre que nublaba su párpado y las voces de las enfermeras, volvió a escuchar el ruido del pájaro. Creyó que de alguna forma confusa las aves podrían haberse puesto de acuerdo para vengarse de él por la muerte de su compañero y que ahora se reían fuera de los muros con su piar. Tras el incidente, pensó que el haber abierto la ventana podría haber provocado un desorden en aquel campo, quizás podría haber alterado el orden natural del viento que ya casi por costumbre se estrellaba con la ventana. Cuando todo hubo terminado la urgencia, volvió a su casa, sin girarse hacia los árboles del parque.

Al día siguiente, domingo de descanso, se acercó hasta el parque para mirar desde el otro lado de la ventana, desde fuera del edificio. Imaginó ser un pájaro que surcaba las corrientes de aire y se sumergía en el bamboleo continuo del devenir, el momento en que abrió la ventana y se coló por aquel hueco, revoloteó asustado y se estrelló contra un muro que no conocía, como le sucediera al pájaro.

-¿Está usted bien?

-¿Cómo dice?

Una morena de ojos almendrados y gesto bondadoso lo miraba preocupada.

-Vengo todos los días aquí a dar de comer a los pájaros y nunca le había visto.

-Es la primera vez que vengo, estaba mirando la ventana. Estoy bien.

-¿Seguro? Parecía aturdido. Mire, en realidad le conozco, sé que trabaja usted de guardia de seguridad en el hospital, voy casi todos los días a buscar unas medicinas para mi abuela.

-Sí, trabajo allí. La verdad, siempre me gusta mirar a través de la ventana, pero nunca había visto desde fuera la ventana desde la que diviso el parque. Todo es más grande desde aquí. Ya no está la señora del poncho negro que siempre viene sobre esta hora, aunque también es verdad que hoy es domingo.

-Yo llevo un poncho negro, ¿no seré yo?

-No sabría decirle, siempre viene a eso de la una de la tarde, aunque no siempre me asomo a la misma hora.

-Pues sí, me parece que voy a ser yo. ¿Hace mucho que la ve por aquí?

-No sabría decirle, pero sí, supongo que casi desde que trabajo aquí.

-Sí, soy yo. Hace ya casi unos tres años que después de venir a buscar los medicamentos de mi abuela me vengo al parque a dar de comer a los pájaros.

- Supongo que es el destino.

-No, es que por fin se atrevió a mirar sin la protección de su ventana.