sábado, 5 de abril de 2008

LA LÍNEA QUE SE TORCIÓ

Un ser humano puede, sin muchas dificultades, tomar las características de otros. Somos capaces de mutar y absorber, desde la personalidad hasta la apariencia de cualquier persona. De forma consciente o inconsciente. ¿Cómo pedirle a un objeto que no adquiera las de otro? Él, que ni siquiera es consciente. Si tirásemos un ticket cualquiera, bien redondeado para no ejercer resistencia al aire, desde un tren que viaja a 220 kilómetros por hora, podría volar a la misma velocidad durante unos segundos.

El ticket salió despedido desde el tren, hecho una pelota. Impactó con la sien de Aurora, al paso por la estación, y la mató. El gusano metálico no paraba allí. Por lo que Roberto, que iba dentro, tiró el billete apuntando a la chica. Después de haber escrito en el pequeño papel azul: “Volveré a por ti, te quiero”. Habían quedado en aquella estación. En donde el tren no paraba, desde hacía dos semanas, por unas obras en la estación. Ambos se dieron cuenta en ese preciso momento del nuevo itinerario. Cuando el engendro mecánico no aminoró su marcha al aproximarse y los dos se apresuraron a preguntarle a quien estaba a su lado qué ocurría.

Mi trabajo de delineante está mal pagado. Sobrevivo como puedo desde hace años. En mi pequeña casa roja. En mitad de la nada. Cerca de Ávila. En mitad de un pequeño pueblo llamado “Monte de Retales”. Cerca de mi trabajo. En la linde entre lo próximo y lo equitativo según mi poder adquisitivo. La morada estaba adornada de recuerdos de muebles antiguos y una chimenea obstruida por el paso de los años.

Cuando Aurora entró en mi vida supe que todo cambiaría. Tenía miedo y buscaba la lejanía de los sentimientos. Después de cambiar de trabajo, por enésima vez, todavía no aceptaba que ya estuviese establecido por los astros hasta dónde llegaría laboralmente. La resignación había sido mi enemiga y cercaba mis pasos. Cuando decidí encontrarme con ella y aceptar mi sino, Aurora se metió en mi vida. Ella trabajaba de arquitecto en un bufete de Ávila. La conocí allí. Tenía que presentar unos dibujos de unos planos, el trabajo sucio de los grandes matemáticos del muro. Ella los revisaría para luego llevarlos a cabo. La mitad de las veces, la empresa para la que trabajaba yo recibía encargos sin saber de quién eran exactamente.

Sus manos eran limpias. Su espíritu también. Me acariciaba como a la porcelana. Un experimento en sus primeros años de carrera. Sus primeros planos. Mis primeros dedos. Nunca pude olvidarla. Me enamoré tanto que la esperaba con impaciencia. Incluso me movía cuando hacía las grandes líneas de sus proyectos para que luego me limpiase la tinta que derramaba sobre mis perfiles. Una regla tiene pocas oportunidades de enamorarse. Pero fue imposible no hacerlo. Su inocencia sellaba mis noches. Su aspecto regordete y sus cabellos, siempre recogidos en una larga cola, me hacían soñar con nuestra vida. Grandes estudios, proyectos infinitos en los que pasar noches en vela y viajes por el mundo mostrando de lo que éramos capaces.

Todo se desvaneció el día que apareció con un juego de reglas nuevas, al terminar la carrera. Decía que yo estaba desgatada y que sus años de estudiante quedarían atrás conmigo. Un tiempo en el que vi trasformarse a una niña en mujer. Una chica que sabía disfrutar de sus adentros, que reservaba su gran mundo interior sólo para unos pocos privilegiados. Tuvo un par de novios a los que siempre odié. Decían que la querían y siempre la trataron bien, pero no sabían apreciar lo especial que era. Su sensibilidad, su inteligencia y su belleza. Todo junto a unos principios sobre la vida muy bondadosos. Cuando me dejó olvidada en el piso quise fundirme, desaparecer, quebrarme para que ninguna mano volviese a tocarme. Pero no pude evitar que varios estudiantes volviesen a utilizarme al instalarse en el piso donde quedé relegada. Mas nunca olvidé a Aurora y mi vida fue volver hasta ella.

Mi trabajo en Ávila está bien. A mis 35 años soy una mujer de hoy en día. Con éxito en el amor y el trabajo. Ahora me gustaría poner mi propio despacho. Mi última conquista, Roberto, el delineante del pueblo, podría serme de gran ayuda. Quizás sea un inconveniente el que tengamos una relación, mientras no se ponga pesado… Así me ahorro el buscar a nadie. Como está desesperado por cambiar de vida hará lo que sea por mí. A diferencia de los otros chicos él está enamorado de mí. Aunque no me satisface en la cama tanto como Juan o Andrés. Hasta mi jefe es mejor que él y eso que es bastante mayor.

Sé que debería enamorarme de Roberto, pero como hacerlo de un fracasado. Además, qué provecho podría obtener de él. Lo mantendré hasta que me interese, como a los demás.

La primera vez que la vi supe que me había gustado. Era tan guapa, con esa larga cola. Enseguida me pareció una buena chica. Estudiosa, reservada, esas cosas no se aprenden. Se es buena persona o no. Y todas las buenas chicas lo parecen desde el primer momento. Lo que me extrañó fue que se fijase en mí. Quería saber si trabajaba por libre, a parte de la empresa, y que la ayudase a terminar algunos proyectos. Me pagó una miseria que mereció la pena por conocerla más. Me dijo que ella buscaba a alguien bueno como yo, no quería amantes ni hombres malos, necesitaba amor. Igual que yo. Me hizo sentir tan especial por poder darle aquel amor que creí volver a ser alguien. Además, saliendo con una arquitecto. Pensé que si algún día iban bien las cosas podría tener una buena vida gracias a ella. Se lo dije y nos reímos.

Si no llega a ser por aquella vieja regla no habría cruzado una palabra con ella. Le habría dado los planos, como a otros clientes, y ya está. Nunca antes me había sucedido. La mañana antes de irme, vi la regla tirada en el suelo y la volví a poner en la mesa. Sin darme cuenta de que me había manchado la yema de los dedos con los números. Fue Aurora quien se percató. Le hizo gracia. Me dijo que tenía que comprarme material nuevo y fue así como entablamos una conversación. Le expliqué que con lo que ganaba tenía que conformarme con aquella vieja regla y mis antiguos lápices y rotuladores. Entonces me propuso trabajar para ella, en mis horas libres. Quería montar su propio despacho, en Madrid. Sugiriéndome que si nos iba bien, podría marcharme con ella y ser socios.

Después de algunos proyectos juntos surgió en mi interior algo. Por como me veía, por cómo me apreciaba. Mucho más allá de lo físico. Ya que yo había tenido ciertas relaciones que habían resultado un desastre porque las chicas sólo estaban conmigo por mi aspecto. Ser rubio, delgado, alto y atractivo me hacía dar una buena impresión, que no casaba del todo con mi aspecto interior ni mi situación laboral. Una vez que me conocían lo suficiente y se percataban de que era afable pero sin futuro me dejaban. Ésa fue la diferencia. Ella me hizo sentir que podría ser alguien y que ella lo era también por dentro.

Sentía a Aurora cerca. A pesar de los años y las manos. Después de ella, pasaron por la casa distintos estudiantes a los que no presté atención. Nunca se olvida a tu primer amor. Siempre manteniendo la esperanza de volver a vernos. Con un ojo aquí y otro en el porvenir. Percibía que no se había alejado mucho de Madrid. Seguía estando cerca. Tal vez me estuviese esperando sin saberlo. De una cosa estaba seguro, no podía haber cambiado. Un día, después de muchos años la volví a sentir más cerca que nunca su presencia. Ahora servía de instrumento de trabajo a Roberto. Vivíamos en una casa antigua en mitad de la nada. Llegué hasta él a través de mi anterior dueño. Me dejó como material de segunda mano en una librería hasta que el bueno de Roberto me compró junto a otros materiales. Tenía poco dinero y una vida sin sentido. Estudió delineación de mayor. Antes se dedicaba a transportar muebles con una furgoneta. Contaba a sus amigos el cambio que había sufrido su vida desde que utilizaba más la cabeza para ganar dinero. Cuando ambos sabíamos perfectamente que sus bolsillos seguían igual de vacíos y los callos de sus manos habían pasado a formar parte de un cerebro que luchaba por no abandonarse. Sabiendo que su destino sería ser un sueño, sólo eso.

Tenía que hacer que me llevase hasta ella. Así que la noche de antes, sabiendo que se encontrarían al día siguiente, me dejé caer al suelo. Al recogerme por la mañana me destinté. Era un tipo tan simple que tendría que ayudarle para que se conociesen. Aurora se fijaría en sus dedos manchados de números y líneas. Era muy observadora.

Después de dos meses de relación quedé con ella en una pequeña estación. Prácticamente nos escaparíamos a Madrid para formar nuestra nueva empresa. Aurora pensó en todo. Al principio trabajaría también de secretario. Dejé mi trabajo sin derecho a pedir ningún tipo de indemnización. Ella había dejado el suyo también. Con bastantes problemas, por lo que se ve el jefe la quería tener en su equipo por mucho tiempo. Claro, Aurora era muy querida por sus compañeros.

El tren se aproximó hasta la estación. Cuando vi que seguía con la misma velocidad le pregunté al hombre de al lado que por qué no nos parábamos. Hacía unas semanas que ya no se detenía allí por unas obras para modernizar la estación. Sólo me dio tiempo a coger mi billete y escribir que volvería a por ella. Abrí la ventana y la vi. Me extrañó que no tuviese consigo las maletas. Saqué la mano y dejé caer el ticket, hecho una bola para que no se lo llevase el viento. Apunté y le di de lleno. Al alejarnos la vi desplomarse al suelo sin saber qué había ocurrido.

Roberto es un buen chaval, pero sabe que lo nuestro no tiene futuro. Montar algo con tu pareja es una tontería. Además, no tengo ganas de atarme, con todas las oportunidades que tengo. Para qué. Le diré que retome su trabajo y me deje ir sola. Ya rehará su vida.

Ahí viene el tren. ¿Por qué no se detiene?

-Señor, ¿el tren no parará aquí?

-No, hace unas semanas dejó de hacerlo por reformas de la estación. Tendrá que ir a otra.

Mejor así. No tendré ni que decirle adiós. Cuando me llame a mi casa o al trabajo se lo explicaré todo. ¡Una mano me hace señas desde el tren!

Sentí como Aurora moría. Igual que todo lo que daba sentido a mi vida. Ahora ya no la percibía. Fue muy rápido. ¿Qué había hecho Roberto? Una regla sabe medir las distancias, dividir los espacios, pero quizás no hubiese sabido trazar el futuro igual que una línea. Aunque un objeto quiera, es el hombre el que al final tiene la última palabra sobre cómo utilizarlo. Al igual que una maleta, una pistola o un simple trozo de papel.

Al final, el dolor fue tan grande que me partí para que nadie más me tocara como ella lo había hecho.

ESCRITORA POR VOCACIÓN

El ruido del agua era fuerte. El jardín no daba para mucho pero invirtió el orden de sus movimientos, al igual que el sus palabras.

-No te acerques, ya no quiero que me toques.

-¿Pero qué te pasa ahora?

-Sabes perfectamente lo que me pasa, no disimules.

Había visto la marca en su cuello. Sintió el olor del sexo… No era su marido. Era su amante, para ella tal vez era algo más. Le molestaba que hiciese el amor con su mujer. Lo que quería para ella sola.

-¿Pero qué te pasa ahora? De verdad.

-Ya sabes lo que me pasa. He perdido mi tiempo viniendo a consolarte. Acabas de estar con ella, esa pelea te le has inventado. Ya es la última vez que pico.

Su mujer apareció por la puerta de la casa que daba al jardín. La miró fijamente interpelando una maraña de palabras que Laura no alcanzaba a comprender, porque hablaba en sueco… Pedro la cogió del brazo y le invitó a sentarse de nuevo.

-Te acaba de decir que no sirves ni de amante. -Con una sobriedad que asustó a Laura.

-¿Pero qué es todo esto? ¿Qué lío es este? Yo me voy y ahí os quedáis con vuestras historias. Esto empieza a ser demasiado raro. -Mientras la mujer de Pedro, Anna, se sentaba junto a ella.

Laura se levantó de la silla. Estaba en su oficina, junto a sus compañeros. Entre un cúmulo de circunstancias que no entendía. Su jefe la saludó al pasar junto a su mesa. La oficina estaba igual que cualquier mañana. Con la diferencia de que aquel día era sábado y no tenía que estar en el trabajo. Hacía un segundo que estaba en el jardín y… Volvió a sentarse en la silla. Cerró los ojos y cuando los abrió estaba en su casa. ¡Era imposible! Pensó que se estaba volviendo loca, luego creyó que todo se trataba de un sueño. Intentó despertarse pero no podía.

-Cuando diga tres te despertarás. –Le dijo una voz desde el alguna parte.

-Uno, dos, tres.

Abrió los ojos y comprendió. Estaba en la consulta de su psicólogo, la había hipnotizado para indagar en el problema. Incluso en el trabajo tenía complicaciones con sus compañeros. Entonces, sin contrariedades, vomitó lo sucedido aquél día en el jardín.

-El agua volaba. El aspersor tenía tanta potencia que teníamos incluso que gritar para escucharnos. Pedro llevaba una camisa blanca preciosa y unos pantalones marrones. Yo tenía puesto el vestido azul que tanto le gustaba. El pelo suelto, por supuesto. Me cuesta mucho… Sí, ahí estábamos sentados. Tan tranquilos, hacía cinco minutos que acababa de llegar. Sus ojos dejaron que me enfriase pronto. Me ocultaba algo. Ah, sí. Tenía una marca en el cuello. Le pregunté cómo se la había hecho y no me respondió. Supe que era de su mujer. Al instante deduje que no se había peleado con ella, sino que acaba de estar con ella en la cama. Yo había salido corriendo de mi casa porque me dijo que iba a dejarla, que no soportaba estar con ella, que era la última discusión que tenían. Se iba de divorciar. Hasta que apareció ella. Sin saber cómo, me explicaron que estaban jugando conmigo, sólo me querían por mi dinero. Sabían que lo guardaba en una caja fuerte y ya se habían cansado de esperar a descubrir el número. Querían que se lo diese. Empecé a gritar y un vecino se asomó. Escapé de milagro. Menos mal que escuchó mis gritos. Ya nunca he vuelto a saber de esos dos aprovechados.

-Señora. Usted se refiere a su marido, ¿verdad? Le recuerdo que hace ya algunos meses que se casó con una holandesa. Ahora tienen un hijo. Pedro viene a verme cada cierto tiempo para ver cómo sigue usted. ¿No se acuerda? La dejó porque decía que usted imaginaba cosas que no eran ciertas. El hombre ya no podía más. Incluso después de volverse a casar, vino a un par de terapias con usted. Deje de mentirme a mí también, conozco su vida perfectamente. Intentemos trabajar sobre la verdad, aquello que odia tanto. Tiene que dejar de inventarse la realidad. No padece ningún problema médico, es algo innato. ¡Incluso ha mentido hipnotizada! Mire, la realidad es demasiado bonita para fantasear finales de novela rosa. Sólo hace falta vivir para encontrase con ellos.

LA ÚLTIMA FRONTERA

Ayer soñé que ya había nacido. En el vientre de mi madre hace calor, me gusta como suena su corazón y el color rosado de ésta mi habitación. Ayer imaginé que nacía y veía el mundo, porque la verdad es que aquí hay muy poca luz y todavía no he podido verme bien. Espero ser como todos los demás niños; bueno, quizás el más fuerte y rápido. ¿Pero de qué color serán los niños? ¿Y lo mayores? A lo mejor nadie tiene color, además, si el mundo de ahí fuera es tan oscuro como el de aquí dentro, nadie podrá distinguir muy bien los colores y sólo importará nuestra voz; vamos, lo que pensamos.

Ayer soñé que ya no tenía miedo a nada, porque también hay algo que me preocupa, muchas veces escucho ruidos cerca de mí, pero no sé si significan algo, me siento incapaz de entenderlos. ¿Ahí afuera habrá gente que hable distinto a mí? Bueno, tampoco creo que sea tan importante, en realidad, aunque ahora no sepa lo que significan esos ruidos, ya aprenderé a entenderlos. Quizás la gente de ahí fuera pueda enseñarme sus ruidos; total, para decir que tengo hambre aquí sólo tengo que pensar en comer. Lo mismo, también ahí afuera, esos ruidos significan que tienes hambre pero equivalen a tus pensamientos. Y un pensamiento, como los de mi mamá y el mío, siempre podrá entenderse por encima de cualquier ruido que lo signifique.

Ayer soñé que volaba por todo el mundo, aquí se está muy bien, pero el vientre de mi madre es muy pequeño y no puedo ir a ninguna parte. Cada vez que me doy la vuelta estoy aquí, quizás esto no me gusta… Además, ¿a dónde podría ir sin el tubo que me da de comer? Mamá sólo tengo una, es ella quien me da los alimentos y lo que necesito, no creo que otras mamás me fueran a acoger en su seno. Aunque estaría bien poder ser libre e ir de un sitio a otro, sin tubo, pudiendo comer donde yo quisiese y sin tener que depender de mí mamá, la que me va a ver nacer. ¿Tendré que depender siempre de ella? Espero poder volar, como aquí, pero fuera, por donde yo quiera, pudiendo comer donde yo diga. ¡Quizás haya mamás que te den de comer por todas partes!

Ya llevo unos días en la misma posición y ahora ya no puedo girarme aquí dentro, no está bien que mamá me diga dónde y qué tengo que hacer, no es justo que nadie te obligue a quedarte siempre en alguna parte porque ella te dio la vida, auque nunca olvide que fue ella mi primera patria, cuna e historia… ¿Y ahora podré ser libre? Ayer soñé que nacía, cuando lo haga, no importará de dónde vine. ¡Socorro! ¡Me estoy yendo de mamá! ¡Una luz!

LA PENUNBRA DE LA SINCERIDAD


La historia que voy a relatarte no tiene personaje principal, ni secundarios, sólo figurantes. Mi vida es un devenir en el que nunca he formado parte de nada, excepto de ti. Ahora, después de tantos años soy capaz de mandarte una carta que nada más conocerte escribí y decidí titular: La carta que nunca recibirás. Por supuesto, nunca la recibiste. Aquí te la adjunto:

Hola María.

Acabo de dejarte en casa. Sólo hace dos semanas que nos conocemos y creo que estoy enamorado de ti. Por eso, y porque creo que te podría llegar a querer mucho, nunca te contaré que fui una persona muy diferente a la que soy ahora. La parte de mí a la que besaste la primera vez y la que te hace sonreír es producto de la más remota casualidad. Lo más probable es que si supieses por lo que pasé hasta poco antes de conocerte no querrías volver a verme.

Nací en un pequeño pueblo de Córdoba, eso te lo dije. Mi padre, dedicado en cuerpo y alma al dominó y las cartas, no me prestó mucha atención cuando era pequeño. Mi madre, que trabajaba de sol a sol en la huerta de un vecino, mantenía la casa. No le quedó demasiado tiempo para educar a un niño falto de cariño. Ya de mayor supe que mi padre tenía varias amantes en el pueblo, además de que su verdadero problema era el alcohol. Así hasta que mi pobre progenitora tuvo que irse a la gran ciudad para huir de unas casas hacinadas en pequeñas calles, una cárcel entre montañas.

En el colegio todos me llamaban el hijo del medio litro, que era la cantidad de vino que mi padre bebía cada mañana para desayunar. Yo no entendía el por qué y mi madre decía que era porque papá era capaz de beberse medio litro de agua de un buche, cosa que no me parecía ninguna proeza. Pero con siete años no te planteas demasiadas cosas. Sólo que de vez en cuando mi padre, que se llamaba Pedro, llegaba tarde a casa gritando a mi madre y que perdía todos los trabajos. Era plomero y los vecinos lo llamaban bastante, aunque para decirle que no hacía falta que terminase el trabajo, que habían encontrado a alguien que no les vaciaba la bodega y que dos meses para tres tuberías era pasarse de castaño oscuro. Cuando tenía siete años y medio, mi madre me vistió muy deprisa un mañana de otoño, recuerdo que hacía tanto frío que había escarcha en las aceras. Salimos corriendo hacia la parada del autobús con la única explicación de que nos mudábamos a Córdoba y que papá vendría en un tiempo.

Éste es un pequeño resumen para que sepas que me crié sin padre, al tiempo nos llamaron diciendo que había muerto de cirrosis. Mi niñez prosiguió en un colegio de un barrió humilde del que conservo muy buenos amigos. Como era un niño atormentado por una realidad que no comprendía, pegaba todos los días a un par de compañeros y mi madre no paraba de ir a hablar con los profesores. Luego pasé al instituto, ya me había calmado un poco. Era un niño hiperactivo, siempre haciendo deporte y sin parar de hacer cosas. Estudiaba, mi madre quería que me hiciese un hombre de provecho y el poco tiempo que le quedaba después de limpiar casas lo dedicaba a que hiciese los deberes antes de salir a jugar con mis amigos. El primer año de instituto me fue bien, hice amigos y aprobé todo. Mis amigos del colegio y yo probamos nuestros primeros porros. Eso fue el principio de una larga trayectoria en la que terminé muy mal. Las drogas me llevaron a la prostitución. Con 17 años empecé a acostarme con una vecina de mi bloque que me pagaba por darle lo que el marido parecía no saber que necesitaba. Un dinero fácil. Poco a poco fui dejando de lado los estudios, repetí tres cursos porque estaba drogado todo el día. La mujer me recomendó y en poco tiempo ya tenía más trabajo del que podía hacer. Llegó hasta los oídos de mi madre, a la que se lo negué y, como no, me creyó. Lo dejé durante un tiempo, pero el dinero es muy goloso y me busqué una nueva afición. Los mismos efectos de la cocaína que ya consumía con 20 años me apartaban de las consecuencias de mis hechos. Así que empecé con pequeños hurtos en grandes superficies hasta robar coches, algunos de los que luego vendí por partes. Todo terminó cuando la policía me detuvo conduciendo un coche deportivo de lujo que acababa de robar. Ya tenía 22 años y estuve seis meses en prisión porque al final se descubrió que no era la primera vez y que la cosa venía de largo. Al no tener antecedentes penales la cosa no fue tan grave, exceptuando que mi madre se enteró de todo. Desde mis adicciones a las drogas hasta lo de los coches. Estaba en segundo de la Diplomatura de Administración y Dirección de Empresas.

En la cárcel seguí estudiando. El tratamiento de desintoxicación era muy fuerte y me costó mucho trabajo. Las consecuencias de años consumiendo drogas es que tenía como una nube en la cabeza que no me dejaba pensar bien. Cuando salí volví a la carrera, me daba tanto asco lo que le había hecho a mi madre, con todo lo que me quería, que intenté acabar mis estudios. Todo ello combinado con mis vistas ante el juez, cada cierto tiempo, al igual que mis visitas periódicas a un psiquiatra. Desde entonces ya nada volvió a ser igual. Ahora me costaba más relacionarme con la gente y por supuesto estudiar. Mas había que rehacer lo hecho, por mí y por mi madre. La pobre depositó una confianza en mí que rompí sin remisión con cada una de mis fechorías.

El caso es que con mucho esfuerzo terminé la carrera y busqué un trabajo legal. Lo malo es que mi sentimiento de culpa me hacía pensar que todo el mundo conocía mi pasado y estaba incómodo en todas partes. Al principio fueron trabajos de administrativo en pequeños comercio en los que no duré mucho tiempo. Fue un par de años más tarde y después de una dura recaída en la cocaína de la que casi no salgo, que conseguí el trabajo en la empresa de relojes. Dos meses antes de conocerte.

Ya ves, un chaval poco recomendable pensaría mucha gente. Por eso nunca te lo contaré. Conseguí volver a empezar y no voy a destruir todo por lo que he luchado, ser mejor, para lo que nunca estuve destinado. Es una síntesis de lo que ha sido mi vida hasta conocerte. Si te lo contase seguro que no querrías ni que te viesen conmigo. Por lo que nunca lo haré. No creas que no me apetece, me gustas mucho y quiero ser sincero contigo. Tal vez lo haga en otra vida, cuando no crea que lo mejor que me ha pasado es conocerte y crea que nunca tendré la oportunidad de volver a enamorarme. Cosa que nunca me había pasado. Algún día, si te enteras, tal vez pienses que soy un cabrón, pero no quiero estropearlo. No soy el que era, ni tengo ganas de volver a serlo. Pero como explicarlo y que no dudes de mis intenciones.

Me despido para siempre. Esta carta nunca será entregada ni sabrás que existe. Creo que tengo buenas razones para ello. Es cuestión de honestidad con mis ilusiones, yo lucho por no tener en cuenta mi pasado. Si me cuesta hacerlo a mi, cómo ibas a lograrlo tú.

Un beso, hasta mañana.

Luis

Después de leer la carta habrás comprendido muchas cosas. La realidad es muy dura. Siempre he hecho pequeñas alusiones a mi pasado, nunca de forma explícita, dejando entrever algunas cosas. Nadie me puede reprochar que te haya mentido, nunca lo hice, sólo omití ciertos detalles. Es obvio el por qué, ¿no? Pensarás que soy un delincuente, un ladrón corruptor de matrimonios heridos por la indiferencia o un simple drogadicto. Puede que no te equivoques. Aunque si alguna vez te enamoraste de mi no creo que fuese de eso, sino de todo lo que aprendí con ello: disfrutar de la vida, de la realidad pura y dura, o que hay gente como tú que merece la pena. Unas experiencias que no me hicieron mejor y me sirvieron para descubrir la peor cara del mundo y saber que no quiero vivir en ella.

La carta que escribí al poco de conocerte sólo tuvo un fin, contarle a alguien lo que deberías saber tú. Quién mejor que yo mismo para que no lo supieses. Y la verdad es que si lo piensas no habrías querido volver a verme. Fue la decisión más adecuada. Ahora las cosas son muy distintas. Quiero llegar hasta el final contigo: casarnos, comprar una casa y tener hijos. No puedo ocultarte un secreto así y menos pedirte que compartas tu vida con alguien del que sólo conoces una parte. Las personas nos vamos moldeando con el tiempo. Nuestras experiencias se amplían y crecemos, nuestro pasado no tiene porque marcarnos, aunque es gracias a él por lo que acumulamos una experiencia y no se puede soslayar. No digo que haya que regodearse en lo mal que lo hicimos en el pasado, sólo que somos un todo. Hay una parte de mi vida que me hizo ser lo que soy ahora. Lo pasé muy mal. Lejos de terminar de hundirme, luché sin olvidar mis errores y sin caer en la tentación de que marcasen mi futuro. Lo conseguí, no olvido todo aquello. Pero pienso más en el presente y en el futuro, es una opción: luchar por ser mejor.

Tus padres son muy majos. Algún día podrían encontrarse alguien que supiese todo lo que hice. Te imaginas la cara que pondrías cuando te lo contasen, porque te lo contarían, te quieren mucho y eres su hija. Cuando lo supieses, ¿me dejarías, pensarías que soy un mentiroso? No quiero ni imaginarlo. Te quiero demasiado para querer que nadie te haga pasar ese mal rato. Así, si quieres preguntarme algo, podrás hacerlo directamente. Después de años de relación no puedo dejarme nada en los bolsillos, mi corazón no me lo permite.

Soy un cobarde al decírtelo por carta, sabes que me gusta mirar a los ojos cuando hablo con alguien y después de esto a lo mejor ya no vuelves a confiar en mí. Me preocupa muchísimo que no vuelvas a creerme. Nunca te mentí, sólo deje de contarte ciertas cosas. ¡Qué cara tendrás después de haber leído estas líneas! Me lo figuro, pensarás en las veces que la gente que me conoce te ha mirado y ha sido incapaz de decirte nada. En mi madre, que tanto cariño te ha cogido. En la gente de mi antiguo barrio. La pena es que esos que tanto daño te podrían hacer no saben que a quien matarían no sería a ti. Me siento estúpido, que triste es un pasado lejano y ajeno a la vida que llevo ahora, y tan certero en la destrucción de la felicidad de nuestro futuro. Sólo quiero que sepas que si te avergüenzas de mi lo entiendo. Para que nunca bajes la mirada si decides dejarme, te digo que nunca hice nada que pudiese avergonzarte desde el día en que te conocí. No he vuelto a robar, nada de drogas ni mujeres, te lo puedo jurar. Aunque ahora pensarás que mi palabra no vale nada. Me siento fatal.

¿Sabes porqué te lo cuento después de todo este tiempo? Porque quiero pedirte que te cases conmigo. Sin mentiras, sólo con verdades. Afrontando mis errores, que ya están superados y no tienen que significar nada. Cómo decirte que cada día me preguntaba que pensarías si supieses que no sólo soy el muchacho que trabaja en una oficina. Me mordía la lengua todas las noches cuando dejaba la mitad de las historias sin contar, ahora ya sabes cuales eran las otras mitades. Por eso te lo pregunto desde la ambigüedad del papel: ¿quieres casarte conmigo? No respondas todavía, por favor, no me dejes sin antes leer lo que te escribo ahora: nos conocimos por casualidad un tarde tomando café con un amigo común. Al final nos quedamos solos y no paramos de hablar durante horas. Tus proyectos, los míos, tus gustos, hasta mi dijiste que tu color preferido era el magenta y nos pasamos media hora discutiendo sobre que clase de color preferido era ése. Me acuerdo perfectamente. Tu me contaste lo tímida que eras realmente, que casi no salías y que tampoco bebías alcohol salvo en navidad al brindar con champán después de la uvas. Qué hubiese pasado si nunca te lo hubiese contado, te querrías casar conmigo sin pensártelo. Quizás es lo que me gustaría que pensases, aunque tú eres la que tiene la última palabra. Piensa un momento en ello, al que quieres es a mí aunque sea esas dos personas. El chaval que tiene antecedentes penales y a la vez el que te hace sonreír y te da abrazos, el que te escucha. Los dos somos la misma persona. Lo que te quiero decir es que tal vez ese sea mi pasado y no fuese alguien muy recomendable. ¿Te has parado a pensar en que sólo te he querido de una forma? La única en la que sé hacerlo. Te resultará difícil pensarlo y lo entiendo. Es que sólo soy uno, si no hubiese cambiado tal vez nunca nos hubiésemos conocido y te hubiese gustado. Quizás no te hubieses fijado en un tirado, ¡si hasta te dan miedo los vagabundos y te abrazas a mí cuando ves alguno!

Mi vida sin ti sería triste, turbia, me haces ser mejor persona. Más de lo que nunca pensé que lo sería, incluso después de haberme reformado. Además, no creas que sólo soy así porque estoy desempeñando otro papel, antes de conocerte ya había decido cambiar y aportar algo al mundo y a la gente que me quiere. Mis palabras son sinceras, hablo desde mis adentros, desde los pervertidos por las circunstancias hasta los puros después de haber pasado por un infierno.

Uno de los motivos por los que tampoco te lo conté fue que siempre me dices que quieres escuchar cosas bonitas, que el mundo ya es muy triste para andar regodeándonos en nuestros sufrimientos. Te encanta ver a las madres paseando a sus hijos en el parque y nunca piensas que un desaprensivo pueda robarte el coche cuando se te olvidan las llaves puestas en el contacto cuando nos tiramos un rato besándonos en el parking de tu casa. Cómo iba a contarte tantas penas si lo que quería era enamorarte tanto como yo lo estaba de ti. Eso no significa que haya sido quien no soy, te repito que soy tal y como me conoces, con mis defectos y mis virtudes, lo que no quise fue entristecerte o que sintieses lástima.

Hace poco leí en el periódico que un americano pagaba una considerable cantidad de dinero a los drogadictos que se hiciesen la vasectomía. Iba a contártelo, mira el tío este, cree que nadie puede rehabilitarse y empezar de cero, que incluso será un defecto genético. Seguro que me hubieses dicho que a ti esas cosas te dan mucho miedo, pero que si Dios no se los ha llevado al cielo es que todavía no ha llegado su hora y que si están vivos es por algo. Recuerdo la vez que un extranjero con mala pinta se acercó a ti para pedirte dinero en una gasolinera, me lo contaste temblando. Yo te dije que mejor no pensases para lo que quería el dinero y tú me confesaste que tal vez si sabías para lo que era, pero que el pobre ya tenía suficiente con su sufrimiento como para decirle algo.

Con un mundo así, a uno le quedan pocas esperanzas para volver a ser normal, no te dejan ni quieren. Imagínate si se enterasen en mi trabajo, dirían que aquella vez que me equivoqué en algo fue por todo lo que había consumido y que menuda calaña habría conocido. En definitiva, todos los años que llevo trabajando para ellos ya no tendrían valor. Cualquiera podría decir que era malo debido a eso, a pesar de nunca haberse fijado en lo que hago o las veces que me renovaron el contrato hasta hacerme fijo. Todavía tengo miedo de que algún día entre un amigo del jefe y le diga que tal persona me conocía, que incluso sabía que había estado en la cárcel. Entonces el recordaría que una vez no le cuadraron las cuentas y que ahora sabía la causa.

Tengo miedo, lo reconozco. El trabajo es muy importante, me ha costado mucho llegar hasta donde estoy ahora. Tantos dolores de cabeza que con tus caricias desaparecían por arte de magia. Con las veces que me has dicho lo orgullosa que te sentías por lo que había aguantado hasta llegar a donde estaba.

Nada de eso me importa. Lo que quiero es tenerte, que seas mi luz ante la adversidad, que seas mi futuro en una la vida por la que un día luché y por la que sigo apostando.

Si me dejas no tengas miedo. Me has hecho creer que todo el esfuerzo valió la pena, que la vida es forjarse un futuro y pelear por estar mejor, cosa que no es fácil. Lo cierto es que nunca dejaré de ser como soy ahora, me has enseñado tantas cosas. El atardecer junto a tu cuerpo, nada en el mundo me ha llenado tanto como tú. Es tan fácil ser feliz junto a ti. El futuro es incierto, ya sé que lo mismo podríamos cansarnos el uno del otro la semana que viene y he aprendido que cada cual tiene su vida y no puede centrarla en la de su pareja. También hay que tener amor propio y el apuntar hacia un destino correcto, eso es cosa mía. Lo que pasa es que me has hecho pensar que si de forma personal estoy bien, juntos ya no podría volver a pensar que mi vida alguna vez fue mejor.

Tu padre siempre me intimidó, ahora tendría la excusa perfecta para decir que había algo en mí que no le gustaba y que él ya sabía que no era de fiar. Como si lo oyese: “Ya le vía yo algo raro a ese Luis. Nunca me hizo gracia, lo ves. Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

Si al dejarme se lo contases se me caería la cara de vergüenza. No por ellos, sino por las veces que me dijeron que lo único que querían era verte feliz. Y que cómo te iba a hacer feliz un sujeto como yo. Lo mismo hasta te buscan un buen chico, un director de banco, un médico, alguien a tu altura. La verdad es que te mereces al mejor hombre del mundo, no hay nadie tan buena como tú, ni tan lista ni guapa. Todavía no sé que viste en mí. Me gustaría adentrarme en un tu cabeza y descubrirlo. Cuántas veces me has dicho que tal chico y el otro te habían tirado los tejos, o que tu novio de toda la vida era un arquitecto muy famoso. A quien voy a engañar, soy un desastre, lo raro es que haya salido de donde estaba.

Como ves no es una carta de amor. No te dije que lo fuese, aunque tal vez lo sea. Te he contado esta vida tan ajena y mía porque te quiero. Un día decidí no volver a compadecerme y luchar, olvidar que un día fui un despojo para pensar que soy alguien a quien la vida le jugó una mala pasada. Que cada cual es dueño de su destino. Entonces llegaste tú, un día me desperté a tu lado y me di cuenta que estaba perdidamente enamorado de ti. Estabas tan dormida que ni te diste cuenta que durante dos horas permanecí inmóvil contemplando como una simple mujer me proporcionaba tal paz. Hasta con esos defectos que tan poco te gustan y que a mí me parece maravillosos.

Un día conseguiré dibujarte, lo hago desde pequeño. Intentaba dibujar rostros de mujer, nunca conseguía que me gustase ninguno. Ahora que ya sé que forma tiene el rostro que me cautivaría soy incapaz de dibujarlo tan perfecto.

Recuerdo exactamente la primera vez que te envié un ramo de rosas. Cuando abriste la puerta de tu casa y volviste al salón donde te esperaba, casi se me saltan las lágrimas al verte tan contenta. Me dijiste que las guardarías siempre, cuando se marchitaron las metiste en el bote de cristal que tanto me gusta. Cada vez que las veo recuerdo que nunca querría hacerte sufrir y acabo de hacerlo.

Tú decides si me quieres por lo que soy ahora y olvidar que alguna vez no fui el que soy ahora, ¿quién lo es? Dejar que el presente decida, o pensar que me quieres porque estás confundida y que amar a alguien con ese pasado te ha hecho ver que no nunca sentiste nada por mí.

Tal y como yo he hecho puedes mandarme una carta con la respuesta. No soportaría que me dejases mirándome a los ojos. Además, sabes que no me gusta llorar en público y menos frente a ti.

Perdóname y no te enfades. Lo hice por que te quiero.

Adiós.

Luis

La voz del silencio

“tengokvrt oi. n aguant +”, retumbó el críptico mensaje en el móvil de su novio. “Dime sitio y hora”, respondió Ana curiosa.

Allí estaba, clavada, sin saber qué hacer. Llegó media hora antes al lugar de la cita, una pensión de mala muerte a las afueras de la ciudad. No sabía quién era la supuesta amante de su novio, únicamente su nombre: Casandra. A las tres y dos minutos apareció una morena de pelo corto con una falda ceñida de escasos centímetros. Casandra esperó 15 minutos y llamó de nuevo al móvil del novio de Ana…

Ana llegó a su casa e intentó actuar con naturalidad.

-¿Me ocultas algo?- le preguntó al llegar a casa a su novio.

-Sí, que eres el amor de mi vida.- le respondió Mariano, sin saber que le había robado el móvil y que estaba al tanto de su aventura con Casandra.

Vuelta al lugar de los hechos… Ana se aproxima a la amante de su pareja e interroga a Casandra.

-¿Ha quedado aquí contigo?-formuló retóricamente Ana.

-No creo que venga.-se contestó ella misma, sin esperar a que Casandra articulase palabra.

Insistió.

-¿Cuánto hace que os veis?

-No sé quién eres ni de qué me hablas. -Casandra la conocía de vista, sabía que era la novia de Mariano. No dijo nada más, se fue sin más. Al cruzar la calle la miró de reojo, sin preguntarse si había roto una pareja. Ella estaba casada y sus preocupaciones pasaban por mantener sus relaciones extramatrimoniales sin llamar la atención.

Ana era extrañamente intuitiva, excepto para su vida. En cuanto miraba a los demás se percataba de sus miedos y deseos. Si alguien quería ser otra persona con ella, no lo conseguía. Leía los gestos de los demás con una clarividencia casi genial. Pero Ana, una castaña de pelo largo y cuerpo atlético, se desconocía por completo.

Tres semanas antes de descubrir el mensaje, Ana leyó el futuro de una chica en su mirada. Se preguntó si la mujer de la tienda en la que había estado era feliz. Intuyó que su marido la hacía desdichada. Seguramente le pegaba y hacía grasos esfuerzos por esconder su inmensa pena. Imaginó cómo se habían conocido, ella, seguramente, quería una pareja estable y se aferró al primer chico que se le cruzó. Sus 26 años la llamaban a tener hijos y una vida familiar, sin reflexionar en que tal vez era la llamada del destino que marca a cada generación a lo largo de la historia. Tenía un resplandeciente anillo de casada, pensó que hacía poco tiempo…

Casandra se sorprendió al ver en su tienda a Ana, sintió una vergüenza abrumadora, tocaba su anillo de casada expiando su culpa en un matrimonio sin vida. Su marido la ignoraba, dormían juntos, no hacían sexo. Ella pensaba que su pareja debía poseerla todas las noches, lo creía normal. Suponía que tendría sus motivos, aunque no tuviese ni la más remota idea del porqué un hombrecito de 30 años la olvidaba en un rincón de su lecho cada madrugada. Mitigaba su lívido con relaciones temporales. Su última adquisición era Mariano, le gustaba lo ardiente que era. La poseía con violencia, sin timidez, sin los tapujos de un hombre que no sabe hablar de sus verdaderos. Dos días después de su casual encuentro con Ana en la tienda, se cortó su rubia melena hasta la cintura y se tiño el pelo de un color más oscuro.

Ana había probado todo con Mariano. Aunque sus celos eran un problema sin solución. No la dejaba mirar a nadie, hablar con antiguos amigos o incluso enviar un mensaje de texto (con el móvil) sin su supervisión. Hacía tiempo que le daba todo. Y para Ana, una chica que se comprometía de verdad, era todo. En la cama hacían realidad los deseos de su pareja, permitía que la tratase como una basura, decidir la ropa que vestiría o los comentarios y palabras impronunciables. Aunque todavía no consentía que le pegase cuando hacían el amor.

Llegué a casa. Estaba tan tranquilo, me preguntó por su móvil. Intercambié un par de frases con él y, al rato, le dije que estaba bajo la cama. Aunque no pude aguantarme, le conté que había quedado con su amante, me pegó, no me preguntó, al contrario que en la cama. Tampoco me defendí, merecía el castigo, no era buena amante. Eso me gritaba también cuando me golpeaba. Me quedé tirada en el suelo, sin habla, dolida, humillada. A la media hora me levanté como pude y pasé frente al espejo del pasillo. Un moratón asomaba en mi mejilla. Llegué hasta el cuarto, se había vuelto a dejar el móvil. Sonó, abrí el aparato y volví a ver un mensaje. “tu puta l sab”. Estrellé el teléfono contra la pared.

-¡Escritor! ¡Explica ya cómo abandoné a Mariano!-me suplicó Ana.

-Lo siento Ana, aquí termina mi parte como narrador. Dejo mi relato con un final abierto porque no quiero continuar esta historia, ahora tampoco tienes que seguirla tú… Dame tu mano y corre.


PUBLICADO EN: DESTIEMPOS.COM

La idea

La bombilla se encendió y apareció la idea. Sería la forma de explicar que tuve una ocurrencia. ¿Pero a quién le importarte cómo la tuve? Lo que quieren saber es de qué trata este relato y si merece la pena ser leído. Aunque perdonen, tengo que contarles que la bombilla de la lámpara de mi habitación estalló, es así como empieza la historia que voy a narrarles.

Entré a mi cuarto y encendí la luz de la lámpara. Entonces pensé que mi historia comenzaría cuando la luz de una farola se encendiese intermitentemente sobre un banco de una calle de París, en donde dormía un árabe. Cogí mi libreta para empezar a escribir y estalló la bombilla.

-¡Socorro, llamen a la policía! –Retumbó un grito lejano.

- …

Mi compañero de piso degustaba una copa de vino junto a una amiga en el salón. No habían hecho mucho caso a los chillidos. Los vecinos, asomados con sus móviles, comenzaron a llamar a la policía. Los transeúntes se paraban.

-¡Socorro, llamen a la policía!

- … -El silencio era la voz de la segunda persona que creíamos que estaba junto a ella.

Me di cuenta de que los gritos venían del edificio de al lado. Mi casa tenía dos ventanas. Uno de los lados daba a la calle, el otro, a un patio interior, pero nada.

La policía apareció y entraron en el edificio en construcción. Me asomé al patio interior. En el quinto piso, un árabe salió de una ventana y se subió al tejado. Al descolgarse le tembló el pulso. “¡Está arriesgando su vida!”. El chico contestó que no pasaba nada, que nos callásemos porque no tenía papeles. Luego añadió que sólo se había defendido. Por eso había pegado a la chica.

Las linternas lo descubrieron, los vecinos gritaban desde sus ventanas que se escondía en el tejado. La policía le pidió que bajase. Volvió a descolgarse por la cornisa y entró por donde había salido. Pensamos que iba a matarse. Cuando entró en el edificio, vimos como la policía lo esposaba dándole empujones.

Salieron del edificio y el chico tenía la camiseta destrozada. Sangraba por la nariz y decía que no era malo, que sólo se había defendido. “¡No hice nada!”.

Antes de meterlo en la patrulla explicó gritando que era el guarda del edificio, que no era malo… La luz de la farola parpadeo.

El síndrome de Cyrano de Bergerac

-Hola, me llamo Sandra y padezco El síndrome de Cyrano de Bergerac.

-¡Hola, Sandra!-contestan unas 30 personas-

-Hoy hace dos meses que asisto a estas sesiones y ya he mejorado bastante. Casi todos me conocéis, así que no me andaré por las ramas. Quiero dejar mi profesión de modelo.

-¡Bien! ¡Te apoyamos!-replica el grupo-

Sandra explicó que después de unos meses de terapia se había vuelto a sentir alguien, por dentro y por fuera. Unos meses antes tuvo una depresión que la sumió en la peor de las tristezas. Tenía la inmensa necesidad de sentirse bella por dentro. Al ser tan guapa, llegó a la conclusión de que nadie se fijaba en su personalidad. Por lo que cuando se miraba al espejo se sentía terriblemente fea e incluso hacía ingentes esfuerzos por parecerlo. Algo impensable para una chica que vivía de su físico.

Ahora salía con Charly. Otro modelo que asistía, hacía cuatro meses, a las terapias de grupo. Junto a él, estaba dejando de sentir aquella enorme necesidad de ponerse ropa ancha, cubrirse la cara con gorras, no depilarse ni ducharse y hablar a todos del último libro que se había leído.

Un mese antes: una chica con un aliento putrefacto se sienta en la barra de un bar de viejos para beberse un anís junto a un antiguo libro de Faulkner. Su gigantesco jersey y la curvatura de su espalda impiden ver su metro ochenta y cinco. El horrible gorro de lana que lleva puesto, en pleno mes agosto en Cáceres, imposibilita ver su larga cabellera negra. Sus ojos verdes, el único matiz de esperanza que queda en ella, disminuyen las distancias entre el optimismo y el abandono. El color negro de su alma casa con el de sus ropas, hasta sus calcetines son opacos. Es el único reducto de optimismo que le queda, pisar sobre el mismo negro que puebla su cerebro.

Charly entra en el bar bajo la atenta mirada del camarero, porque los pobres y mendigos no son bien recibidos en su establecimiento. Anda dubitativo hasta que localiza a Sandra. Han quedado por primera vez, es parte de la terapia de grupo a la que asisten.

Tenía ganas de decirle que deberíamos enrollarnos. Ésa sería la mejor terapia de grupo que podríamos hacer. Pero me daba un poco de asco sus uñas negras y el olor que desprendía. Yo también había pasado por la fase de abandono total. Ahora ya me cortaba las uñas y me duchaba cada cuatro días, como mínimo. Incluso estaba pensando en retomar el gimnasio, cuando me dejasen entrar. Después de cinco años yendo, el dueño me dijo que mi imagen asustaba a la clientela y que volviese cuando fuese el de antes. “El de antes”. Supongo que está bien tener un modelo de fama internacional en tu gimnasio. Pero cuando te da por vestirse a tu aire y retomar el cerebro que dejaste olvidado en la puerta, te excluyen sin más. Simplemente fue la confirmación de que mi vida estaba vacía.

Sandra parecía una buena chica. A pesar de su primera sesión con el grupo. Estaba destrozada. Lloraba tanto que nadie se enteró de lo que decía. Excepto que ya no se depilaba y no tenía intención de hacerlo. A lo que añadió que el último chico con el que estuvo la dejó porque decía que ya no se cuidaba. Puntualizando que lo había hecho a propósito, para ver si la quería por su interior o su exterior.

Tocó fondo cuando empezó a salir con los chicos más feos que veía. Tenía un sentimiento de culpa tan grande por atraer sólo por su físico que se sentía como una asesina por sentirse atraída por alguien sólo por su aspecto. Contó que había estado con infinitud de chicos horrendos. Aunque incluso ellos la dejaban porque su estado, anímico y físico, dejaba mucho que desear.

Dos modelos de pasarela pasean por Nueva York y París con trapitos de Guchi y Dolce Gabana. Sandra y Charly habían desfilado juntos muchas veces, sin saberlo. Ambos pertenecían a las caras habituales de los magazines de moda y las firmas más importantes. Cobrando grandes sumas por contonear sus huesos con estilo.

Después de muchos años recibiendo halagos a sus esculturales envolturas se sentían como dos trozos de carne sin más. Habían oído hablar a algunos compañeros de una pequeña terapia de grupo en una ciudad extremeña, Cáceres. Nunca antes, en sus ajetreadas vidas habían dedicado su atención a sus compañeros de trabajo porque estaban demasiado ensimismados en ellos. Por eso no se conocían. Ahora nadie diría que alguna vez rompieron esperanzas ni fueron artífices de sueños húmedos.

Después de hablar durante varias horas, él la acompaña a ella hasta la casa que alquiló para que se dé una ducha. Prácticamente la obliga. Le dice que apesta, ella llora. Lo empuja con fuerza e intenta echarlo de la casa. Charly resiste y prácticamente le arranca la ropa hasta que la mete en la ducha y comienza a escupirle champú a borbotones para que no tenga más remedio que enjuagarse. Sandra sale de la ducha rápido apartándolo de su camino con un empujón. Para que la deje tranquila decide seducirlo. Hace tiempo que Charly no se acuesta con nadie y termina en la cama con ella y ahora ya puede respirar a su lado sin taparse la nariz.

Las reuniones se suceden una tras otra. Cuando llegué aquí y conocí al amor de mi vida no me había dado cuenta de que casi todos los chicos y chicas eran muy guapos. Todos viven, o lo han hecho, de su imagen. Igual que yo. A veces veo mis fotos o los videos de alguna pasarela importante y no creo que sea yo. Enseñando mis piernas, mi torso, sugiriendo sonrisas con mis labios bien apretados.

Ahora somos personas normales. Nadie diría que nunca fuimos bellos para los demás. Nos hemos comprado una casita en la ciudad y asistimos todos lo jueves a las reuniones, ya hace dos años. Nos va bien. Ya no trabajamos como modelos y hemos superado completamente nuestros temores. Charly es un encanto. Se ha dejado la barba y nos pelamos con una máquina del pelo al cuatro los dos. Así nos obligamos a ir aseados. Y él aprovecha para pasársela por la barba. Ha descubierto una tienda para gordos donde compramos nuestra ropa mucho más barata y a nuestro gusto. No es que hayamos perdido nuestra figura, hacemos mucho el amor, pero seguimos sin querer enseñar a los demás nuestros cuerpos. Reservamos ese placer para nosotros.

Leemos mucho, el próximo año nos matricularemos en la Universidad para cultivarnos un poco, tenemos suerte y los dos supimos ahorrar cuando trabajábamos. Aunque la verdad es que yo soy la que tiene más dinero porque las chicas siempre ganan más. Pero no me importa. Somos felices.

La gente del barrio los llama los perdidos. Nadie sabe qué hacen ni a dónde van en realidad, pero saben que tienen dinero. Siempre visten de negro. Tienen el pelo corto. Llevan ropas anchas y parecen bastante sucios. Leen libros en los parques y no salen por las noches.

Sólo piel

Luther King defendió los derechos de los blancos durante años. Nuestro pueblo se liberó de la esclavitud, pero los negros nos siguen pisoteando por el color de nuestra piel. El mundo es negro, el esmalte de la pureza. Eso estudié en aquel curso de la psicología de los colores y cómo influyen en la percepción que tiene el ser humano del planeta. Por lo visto, según nuestra cultura o incluso nuestros padres, los colores pueden sugerirnos una cosa u otra sin saberlo. Descubrí que el blanco era síntoma de ideas pesimistas y claras, tristes. Aunque yo no era un blanco en un país de negros con ideas preconcebidas sobre las tonalidades y decidí cursar en España mi último año de Psicología. Un país de tostados en el que ser blanco era síntoma de pobreza y en el que te sindicaban a los campos de cultivo o a los trabajos que nadie quiere.

Me dieron una beca para estudiar en Almería, llena de nigerianos. Cuando pasabas frente a un compatriota siempre esgrimías una mirada furtiva de comprensión. Como una gemido de alivio al ver a alguien en tu misma situación. Había muchísimos blancos recogiendo fresa en los campos, hacinados en pequeñas casas prefabricadas. Vivían una situación denigrante. Yo tampoco lo pasaba demasiado bien en la universidad. Todos me miraban por los pasillos. Todos se extrañaban de que hubiese un sin color allí. Pensarían que me había escapado de algún campo de cultivo... Pero yo ignoraba todo aquello. Mis compañeros de piso también eran extranjeros y no me decían nada. Al contrario, la inmigración en sus países había sido masiva en otros tiempos y estaban habituados. Uno de ellos era alemán, un negro de lo más puro: cuerpo atlético, tez opaca, pelo rizado y ojos brunos. El decía que en Alemania casi todos eran como él. Lo que no incluía en que fuesen racistas. Nunca hablamos de las por sabidas barbaridades de Hitler durante la guerra, ni de los millones de blancos que murieron en los campos de concentración. Recientemente se supo que una de las torturas más comunes era ver si un nevado soportaba la sangre de un negro. Si lo conseguía lo liberaban. Consistía en meterlo en una bañera y simular que le inyectaban sangre de un oscurecido al tiempo que supuestamente le extraían la suya, viendo como caí en la bañera en la que estaba metido. Todo era un engaño, una prueba psicológica que finalizaba en desmayos, ataques de histeria o infartos. Pero Dieter no era culpable de aquella época tan turbia de su país. Me espetaba constantemente que si tenía algún problema con los racistas que lo denunciase y que no permaneciese callado. El inconveniente era el miedo. Incluso cuando mi culto profesor de psicología cognitiva reveló en clase, en un graso error, que los estudios sobre el color ratificaban que el racismo había desaparecido. Era de suponer que todo el mundo sabía ya que las sensaciones que produce el color sólo son culturales o sociales. Lo que no me quedaba muy oscuro. Lo miré fijamente a los ojos y justo cuando iba a rotularle el incidente de El Egido, allí mismo en Almería, hacía unos años, en el que cientos de negros persiguieron a los blancos que colonizaban la ciudad, prueba suficiente para saber que se equivoca, un chico levantó la mano y le soltó lo mismo. El profesor rectificó al instante, sin mirarme, ignorando mi presencia. Escamoteando el salpicón blanco que calentaba una de las sillas de la parte central de la clase. Es humano errar y molestarse al rectificar, síntoma de que sabía que todavía existía el racismo. Cuando un tema está superado, cualquier alusión al mismo está por encima de discusiones obvias. Todavía existía el racismo.

-El nombre de Ovidio tiene un pase.

-Dieter, es obvio de dónde es con mirarle a la cara.

-Si nos pregunta el casero le contamos que es universitario y de buena familia.

-Espero que no lo vea. Menos mal que le acogimos en el piso. Lo habría tenido difícil con tanto inmigrante sin papeles. Pero como llegó hablando ese inglés tan perfecto…

Olivié era mi otro compañero y gran amigo. El francés tardó poco en sincerarse y explicar que París era un conglomerado de culturas en donde encontrar un auténtico galo era difícil. De hecho, él tenía allí un pequeño círculo de amigos del colegio, todos negros, pero ya en el instituto conoció a muchísimos marroquíes y blancos de distintos países de África. Hacía bastantes años que estos sectores de la población habían llegado a Francia para dedicarse a los trabajos que nadie quería, como mano de obra barata. Claro, ya habían pasado muchos años y los hijos que tuvieron se habían criado como franceses. Y muchos habían alcazo una posición respetable tras sus estudios o distintas circunstancias. Por supuesto, los recientes incendios en casas en las que había hacinados hasta 40 blancos, ponían de relieve que todavía había problemas. Punto en el que se detuvo en más de una ocasión para hacerme entender que él no era racista, pero que él también quería una casa gratis (como ellos exigían) y no era cuestión de darles una por ser de otro país. Lo que no podía negarle lógico.

Ahora lo veo todo más claro. Perdón, más oscuro. Resulta que hay muchos compañeros negros que después de varios meses en la facultad se han acercado a mí e incluso salimos juntos. Ayer nos tomamos unas cañas en un bar de blancos. Yo era el único africano, pero como estaba con ellos nadie me prestó atención. Cuando después de un buen rato nos tiramos a la pista de baile todos estaban atemorizados porque decían que los negros bailan muy bien. Curiosamente, yo era uno de los claros más patosos que incluso yo mismo conocía.

¡El último día de clase! Estoy harto de los colores y su psicología. Lo único me gustaría recordar es que el rojo es síntoma de peligro o de lo pasional. Mientras el profesor alegaba sus últimas aseveraciones estuve apunto de proponerle un último experimento: hacernos una herida, un blanco y yo, y dejar manar la sangre para ver si tenía el mismo color. Al tiempo que los compañeros escribiesen sus sensaciones sobre el color carmesí. Hubiese apostado a que alguno pensaría que la sangre de los albos era más clara o incluso que lo mirasen a él más que a mí creyendo que la herida me dolería menos por mis aptitudes genéticas.

Mis últimas semanas en Huelva fueron muy divertidas. Dieter decía que éramos un extraño trío de extranjeros. El rubio, el moreno y el negro. Yo les decía que si el mundo fuese al revés hubiesen sido mis sirvientes. A lo que Olivié contestaba que me fuese a cultivar fresas. No me molestaba. No, eso era lo bueno, nos reíamos de la propia segregación porque no la había entre nosotros.

En el aeropuerto volví a recordar las palabras de mi buena amiga Lenora. En la aduana no me registraron porque qué les importaba lo que sacase de su país. El policía me miró de arriba abajo y me dejó pasar sin más.

-¿Ya vuelves a tu país?

-Sí. Vuelvo a Nueva York. ¿Y tú?

-A Nigeria.

Era otro chico negro junto al que me había sentado. Estaba harto de que la gente me mirase mal cuando me acomodaba junto a ellos. Con un chaval de mi raza simplemente hablaría de lo que fuese. Lo curioso es que conversamos en inglés. Mucha gente no lo cree, pero no todos los negros hablan un idioma africano.

Subí al avión y la azafata no se extraño de mi presencia. Era tan azul como yo. Al igual que todo el pasaje. Incluso los dibujos de los muñecos que había en las instrucciones en caso de emergencia. Ahora sí que me sentía cómodo. Ya estaba al borde de encontrarme entre los míos. Pasaron bastantes horas hasta que llegué a mi ciudad natal. Mi familia me recogió en la misma terminal del aeropuerto. Todo era tan azul que me sentía parte del ambiente. Pero a lo lejos descubrí una chica verde que paseaba dubitativa buscando algo. No es que fuese tan verde, sino que el resto de añiles del pasillo por el que se deslizaba inundaban todo el espacio. Era una pincelada de color entre tanta homogeneidad. Para quien lo quisiese ver así, cualquier otro hubiese pensado que rompía la preponderancia del marino. Al llegar a mi barrio ya no me acordaba de que yo también era azul. Ni de que alguna vez me sentí extraño fuera de aquellas construcciones de hormigón. Eso sí, recuerdo perfectamente que sentí que nunca estaría igual de cómodo que allí. A los pocos meses cogería otro avión rumbo a Inglaterra en donde intentaría resolverme la vida. Elegí aquella ciudad por lo cosmopolita que era. Una vorágine de razas y culturas juntas en las que era imposible destacar.

El metro londinense es extraño. Nadie se fija en nadie. Todos tienen una apariencia distinta y no llaman la atención. Es un pacto tácito de que nadie se mofará de otro por ser de una forma peculiar. Ya hace casi un año de los atentados islamistas. El recelo se palpa en el ambiente, pero es imposible saber de qué religión eres. Además, si al menos nuestra piel no fuese anaranjada. Así es fácil confundir a unos con otros. Sólo hace falta vestirse de una forma concreta. Bueno, excepto por el color del pelo. Los nigerianos y las razas que pueblan las zonas del sur del planeta lo tenemos más bien rosa, lo que nos delata. Es extraño, pero siempre las culturas del sur del globo terráqueo han estado más deprimidas económicamente. Menos desarrolladas y desde tiempos inmemoriales sirven como fuente de recursos primarios, ¿será por eso que somos peores que el resto del mundo que puebla la parte norte? ¿Qué diferencia hay en que ellos tengan el pelo de color marrón y la gente del sur de color rosa? Aún así es una gozada vivir en esta ciudad. Incluso los pelos marrones abundan en los restaurantes de comida basura. Incluso algunas mañanas tengo la sensación de que hay más pelos sonrosados que marrones vestidos con trajes de chaqueta en el metro. Tal vez algún día se vuelvan las tornas y seamos nosotros quienes dominemos el mundo.

“¡Dominemos el mundo, seamos los mejores!”. Un hombre con firmes convicciones, pensé en sentido irónico cuando lo escuche. De vez en cuando siempre se cuela en el metro algún loco que dice ser el Mesías de una nueva religión. Y que por supuesto, está convencido de que es la auténtica y de que triunfará sobre las demás. Encima tiene el pelo rosa. Por suerte, aquí, en Londres, nadie se fija en el color del pelo. Aunque ya no me acuerdo de si era rosa o marrón el color de pelo de los desfavorecidos. El supuesto Mesías está desordenando mis ideas. Acabo de escuchar a dos personas de pelo rosa comentando que era una pena que hubiese asquerosos pelirosas como él.

Salí del vagón corriendo, extenuado cognitivamente. Cuando recobré la noción de la realidad volvía a estar en Londres. Había llegado hasta un barrio llamado Piccadilly Circus. Atravesé un barrio chino lo más rápido que pude entre todos aquellos orientales de ojos grandes y verdes. Hasta que tropecé con uno que me preguntó si me encontraba bien.

-¿De dónde eres?

-No te lo digo.

-¿Por qué?

-Puesto que ya habrás pensado algo sobre mí sólo con ver mis características físicas y me prejuzgarás todavía más. Y si concreto la zona exacta del mundo a la que pertenezco, terminarás por ratificar tus prejuicios.

-Aunque vendo calentadores y nací en un barrio de las afueras de Londres, por una vez haré de chino: “El pájaro nace en el nido y muere en el aire”.

-No me cuentes historias. ¿Qué dices?

-Qué olvides que el mundo tiene color. Un día el sistema necesitó tener buenos y malos. Un día una parte de la humanidad necesitó que otros trabajasen por él y creó un sistema bipolar en el que siempre hay algo bueno porque lo hay malo. Tú tuviste la mala suerte de caer en la parte de los malos. Yo nací aquí, pero muchos piensan que sé artes marciales y mi dieta es el arroz. Ya ves, me encantan las hamburguesas. ¿Pero crees que voy por el mundo compadeciéndome por mi color de piel? No pienso que soy raro, como tú. Sólo que soy diferente a ti y todos los que me rodean, incluyendo a los chinos. Sólo soy yo. Peter, el de raza china, el inglés, el ser humano.