sábado, 5 de abril de 2008

LA LÍNEA QUE SE TORCIÓ

Un ser humano puede, sin muchas dificultades, tomar las características de otros. Somos capaces de mutar y absorber, desde la personalidad hasta la apariencia de cualquier persona. De forma consciente o inconsciente. ¿Cómo pedirle a un objeto que no adquiera las de otro? Él, que ni siquiera es consciente. Si tirásemos un ticket cualquiera, bien redondeado para no ejercer resistencia al aire, desde un tren que viaja a 220 kilómetros por hora, podría volar a la misma velocidad durante unos segundos.

El ticket salió despedido desde el tren, hecho una pelota. Impactó con la sien de Aurora, al paso por la estación, y la mató. El gusano metálico no paraba allí. Por lo que Roberto, que iba dentro, tiró el billete apuntando a la chica. Después de haber escrito en el pequeño papel azul: “Volveré a por ti, te quiero”. Habían quedado en aquella estación. En donde el tren no paraba, desde hacía dos semanas, por unas obras en la estación. Ambos se dieron cuenta en ese preciso momento del nuevo itinerario. Cuando el engendro mecánico no aminoró su marcha al aproximarse y los dos se apresuraron a preguntarle a quien estaba a su lado qué ocurría.

Mi trabajo de delineante está mal pagado. Sobrevivo como puedo desde hace años. En mi pequeña casa roja. En mitad de la nada. Cerca de Ávila. En mitad de un pequeño pueblo llamado “Monte de Retales”. Cerca de mi trabajo. En la linde entre lo próximo y lo equitativo según mi poder adquisitivo. La morada estaba adornada de recuerdos de muebles antiguos y una chimenea obstruida por el paso de los años.

Cuando Aurora entró en mi vida supe que todo cambiaría. Tenía miedo y buscaba la lejanía de los sentimientos. Después de cambiar de trabajo, por enésima vez, todavía no aceptaba que ya estuviese establecido por los astros hasta dónde llegaría laboralmente. La resignación había sido mi enemiga y cercaba mis pasos. Cuando decidí encontrarme con ella y aceptar mi sino, Aurora se metió en mi vida. Ella trabajaba de arquitecto en un bufete de Ávila. La conocí allí. Tenía que presentar unos dibujos de unos planos, el trabajo sucio de los grandes matemáticos del muro. Ella los revisaría para luego llevarlos a cabo. La mitad de las veces, la empresa para la que trabajaba yo recibía encargos sin saber de quién eran exactamente.

Sus manos eran limpias. Su espíritu también. Me acariciaba como a la porcelana. Un experimento en sus primeros años de carrera. Sus primeros planos. Mis primeros dedos. Nunca pude olvidarla. Me enamoré tanto que la esperaba con impaciencia. Incluso me movía cuando hacía las grandes líneas de sus proyectos para que luego me limpiase la tinta que derramaba sobre mis perfiles. Una regla tiene pocas oportunidades de enamorarse. Pero fue imposible no hacerlo. Su inocencia sellaba mis noches. Su aspecto regordete y sus cabellos, siempre recogidos en una larga cola, me hacían soñar con nuestra vida. Grandes estudios, proyectos infinitos en los que pasar noches en vela y viajes por el mundo mostrando de lo que éramos capaces.

Todo se desvaneció el día que apareció con un juego de reglas nuevas, al terminar la carrera. Decía que yo estaba desgatada y que sus años de estudiante quedarían atrás conmigo. Un tiempo en el que vi trasformarse a una niña en mujer. Una chica que sabía disfrutar de sus adentros, que reservaba su gran mundo interior sólo para unos pocos privilegiados. Tuvo un par de novios a los que siempre odié. Decían que la querían y siempre la trataron bien, pero no sabían apreciar lo especial que era. Su sensibilidad, su inteligencia y su belleza. Todo junto a unos principios sobre la vida muy bondadosos. Cuando me dejó olvidada en el piso quise fundirme, desaparecer, quebrarme para que ninguna mano volviese a tocarme. Pero no pude evitar que varios estudiantes volviesen a utilizarme al instalarse en el piso donde quedé relegada. Mas nunca olvidé a Aurora y mi vida fue volver hasta ella.

Mi trabajo en Ávila está bien. A mis 35 años soy una mujer de hoy en día. Con éxito en el amor y el trabajo. Ahora me gustaría poner mi propio despacho. Mi última conquista, Roberto, el delineante del pueblo, podría serme de gran ayuda. Quizás sea un inconveniente el que tengamos una relación, mientras no se ponga pesado… Así me ahorro el buscar a nadie. Como está desesperado por cambiar de vida hará lo que sea por mí. A diferencia de los otros chicos él está enamorado de mí. Aunque no me satisface en la cama tanto como Juan o Andrés. Hasta mi jefe es mejor que él y eso que es bastante mayor.

Sé que debería enamorarme de Roberto, pero como hacerlo de un fracasado. Además, qué provecho podría obtener de él. Lo mantendré hasta que me interese, como a los demás.

La primera vez que la vi supe que me había gustado. Era tan guapa, con esa larga cola. Enseguida me pareció una buena chica. Estudiosa, reservada, esas cosas no se aprenden. Se es buena persona o no. Y todas las buenas chicas lo parecen desde el primer momento. Lo que me extrañó fue que se fijase en mí. Quería saber si trabajaba por libre, a parte de la empresa, y que la ayudase a terminar algunos proyectos. Me pagó una miseria que mereció la pena por conocerla más. Me dijo que ella buscaba a alguien bueno como yo, no quería amantes ni hombres malos, necesitaba amor. Igual que yo. Me hizo sentir tan especial por poder darle aquel amor que creí volver a ser alguien. Además, saliendo con una arquitecto. Pensé que si algún día iban bien las cosas podría tener una buena vida gracias a ella. Se lo dije y nos reímos.

Si no llega a ser por aquella vieja regla no habría cruzado una palabra con ella. Le habría dado los planos, como a otros clientes, y ya está. Nunca antes me había sucedido. La mañana antes de irme, vi la regla tirada en el suelo y la volví a poner en la mesa. Sin darme cuenta de que me había manchado la yema de los dedos con los números. Fue Aurora quien se percató. Le hizo gracia. Me dijo que tenía que comprarme material nuevo y fue así como entablamos una conversación. Le expliqué que con lo que ganaba tenía que conformarme con aquella vieja regla y mis antiguos lápices y rotuladores. Entonces me propuso trabajar para ella, en mis horas libres. Quería montar su propio despacho, en Madrid. Sugiriéndome que si nos iba bien, podría marcharme con ella y ser socios.

Después de algunos proyectos juntos surgió en mi interior algo. Por como me veía, por cómo me apreciaba. Mucho más allá de lo físico. Ya que yo había tenido ciertas relaciones que habían resultado un desastre porque las chicas sólo estaban conmigo por mi aspecto. Ser rubio, delgado, alto y atractivo me hacía dar una buena impresión, que no casaba del todo con mi aspecto interior ni mi situación laboral. Una vez que me conocían lo suficiente y se percataban de que era afable pero sin futuro me dejaban. Ésa fue la diferencia. Ella me hizo sentir que podría ser alguien y que ella lo era también por dentro.

Sentía a Aurora cerca. A pesar de los años y las manos. Después de ella, pasaron por la casa distintos estudiantes a los que no presté atención. Nunca se olvida a tu primer amor. Siempre manteniendo la esperanza de volver a vernos. Con un ojo aquí y otro en el porvenir. Percibía que no se había alejado mucho de Madrid. Seguía estando cerca. Tal vez me estuviese esperando sin saberlo. De una cosa estaba seguro, no podía haber cambiado. Un día, después de muchos años la volví a sentir más cerca que nunca su presencia. Ahora servía de instrumento de trabajo a Roberto. Vivíamos en una casa antigua en mitad de la nada. Llegué hasta él a través de mi anterior dueño. Me dejó como material de segunda mano en una librería hasta que el bueno de Roberto me compró junto a otros materiales. Tenía poco dinero y una vida sin sentido. Estudió delineación de mayor. Antes se dedicaba a transportar muebles con una furgoneta. Contaba a sus amigos el cambio que había sufrido su vida desde que utilizaba más la cabeza para ganar dinero. Cuando ambos sabíamos perfectamente que sus bolsillos seguían igual de vacíos y los callos de sus manos habían pasado a formar parte de un cerebro que luchaba por no abandonarse. Sabiendo que su destino sería ser un sueño, sólo eso.

Tenía que hacer que me llevase hasta ella. Así que la noche de antes, sabiendo que se encontrarían al día siguiente, me dejé caer al suelo. Al recogerme por la mañana me destinté. Era un tipo tan simple que tendría que ayudarle para que se conociesen. Aurora se fijaría en sus dedos manchados de números y líneas. Era muy observadora.

Después de dos meses de relación quedé con ella en una pequeña estación. Prácticamente nos escaparíamos a Madrid para formar nuestra nueva empresa. Aurora pensó en todo. Al principio trabajaría también de secretario. Dejé mi trabajo sin derecho a pedir ningún tipo de indemnización. Ella había dejado el suyo también. Con bastantes problemas, por lo que se ve el jefe la quería tener en su equipo por mucho tiempo. Claro, Aurora era muy querida por sus compañeros.

El tren se aproximó hasta la estación. Cuando vi que seguía con la misma velocidad le pregunté al hombre de al lado que por qué no nos parábamos. Hacía unas semanas que ya no se detenía allí por unas obras para modernizar la estación. Sólo me dio tiempo a coger mi billete y escribir que volvería a por ella. Abrí la ventana y la vi. Me extrañó que no tuviese consigo las maletas. Saqué la mano y dejé caer el ticket, hecho una bola para que no se lo llevase el viento. Apunté y le di de lleno. Al alejarnos la vi desplomarse al suelo sin saber qué había ocurrido.

Roberto es un buen chaval, pero sabe que lo nuestro no tiene futuro. Montar algo con tu pareja es una tontería. Además, no tengo ganas de atarme, con todas las oportunidades que tengo. Para qué. Le diré que retome su trabajo y me deje ir sola. Ya rehará su vida.

Ahí viene el tren. ¿Por qué no se detiene?

-Señor, ¿el tren no parará aquí?

-No, hace unas semanas dejó de hacerlo por reformas de la estación. Tendrá que ir a otra.

Mejor así. No tendré ni que decirle adiós. Cuando me llame a mi casa o al trabajo se lo explicaré todo. ¡Una mano me hace señas desde el tren!

Sentí como Aurora moría. Igual que todo lo que daba sentido a mi vida. Ahora ya no la percibía. Fue muy rápido. ¿Qué había hecho Roberto? Una regla sabe medir las distancias, dividir los espacios, pero quizás no hubiese sabido trazar el futuro igual que una línea. Aunque un objeto quiera, es el hombre el que al final tiene la última palabra sobre cómo utilizarlo. Al igual que una maleta, una pistola o un simple trozo de papel.

Al final, el dolor fue tan grande que me partí para que nadie más me tocara como ella lo había hecho.

1 comentario:

sardinita dijo...

q tristisima me he quedao
:)