sábado, 5 de abril de 2008

11 pinochos en París


Era una mesa para 11 personas en la que había 7. El número 1, que era una chica y el número 2, que era otra, eran amigas. El número 2 tenía tantas ganas de que el 4 le hiciese caso que no paraba de estirarse mostrando sus tetas. Pero el número 4 miraba las del 10, la novia del 11, sin que ésta se inmutase aún dándose perfectamente cuenta. Es que el 10 era un poco calentona y le gustaba exhibirse, la verdad es que estaba muy buena. Incluso yo, el triste 5, rondaba las miradas de aquella vorágine de lamentos disuasorios para no estudiar, viendo si al final yo también pillaba cacho.

Sobraban 4 sitios en los que no había nadie. Varios números ocupaban, con sus enseres personales, más sitio del que les correspondía. ¡Ah! Estamos en una biblioteca y soy el número 5. El contador de un liguoteo en una mesa de biblioteca en París. En el área 16, en Neuilly, uno de los barrios ricos de la capital.

O sea, que allí todos dale que dale con las miraditas y yo venga que venga con mis libros. Entre tanto, qué yo no soy de piedra, qué me doy cuenta que una de las tías, el número 7, tiene un par de tetas que me harían un rey moro. Pero yo na, “que tengo que estudiar”. “Nada, luego pensaré en ella en el servicio de mi casa”. Y coge, con lo calentón que yo estaba ya y la tía del novio se enfada con él y se pira. Yo, que estaba al loro, me doy cuenta de la historia y pienso que ésa quiera mambo con quien sea, ahora más que nunca que está cabreá con el maromo. Y coge el cabrón del 4 y también se levanta de la mesa a no sé dónde. Claro, yo miro al novio del 10 y pienso que seguro que él también se ha dado cuenta quel hijo puta del 4 es un oportunista muy peligroso.

Pero na, el tío coge y se queda tan pancho estudiando. Hasta que me percato que no para mirarle también las tetas al número 7, “éste no pierde el tiempo, a rey muerto rey puesto”.

En los avatares de la conciencia, “ el sintiente” es pasto de la codicia. El número 4 y 10 estaban fuera de mi espectro visual. Como el saber puede más que yo, tuve que ir a ver qué pasaba. Salgo de la biblioteca a la calle por si están allí, con la excusa de fumarse un cigarro, para encontrarse. Nada, al llegar a la puerta veo al 4 solo. Así que me fumo un cigarro y vuelvo arriba. Sin hablar con él, lo vigilaba a distancia sabiendo que el plan le había salido mal. De camino hacia la mesa veo al 10 de pie, cerca de una estantería, consulta un libro de medicina. Imagino que conoce la forma de volver loco a un hombre con sus estupendos encantos. Es preciosa. Más francesa que buena y más bella que una flor. Tiene el pelo lacio hasta los hombros y el flequillo corto hasta las cejas. Un vestido de tela fina de color marrón insinúa sus curvas, aunque sus piernas embutidas en medias negras resaltan del corto de la falda. Sus zapatos de tacón hacen ruido cuando camina por el silencio de la biblioteca. Me mira, la miro, pero na. Me faltan pelotas para decirle algo, además sé que tiene novio. Aunque esto último lo pienso cuando me dio cuenta de que estoy cagao.

Llego hasta la mesa y recorro con la mirada todas las caras. Estudian, o eso parece. Vuelvo a sentarme haciendo como si nada. Miro al capullo del 4. Si yo tuviese

una novia como la del 11, ahora estaría metiéndole mano entre las estanterías. Ambos estudian medicina. “¡Qué asco, guapos y con buenos proyectos de futuro!”. Me da igual que vean que estudio carpintería, nadie se da cuenta porque tapo bien los títulos de los temas y del libro, aunque me da igual.

La madera da dinero hoy en día, los universitarios van al paro, mas sigue siendo un carpintero o un universitario. Estoy seguro que algún día podría terminar haciendo los armarios de su casa. Entonces aprovecharía para tirarle los tejos a su mujer. Aunque no lo creo, seguro que sería un calzonazos. Me pega, tengo madera, nunca mejor dicho. Ya lo tengo asumido. No tengo novia porque no me dejan. “Con lo bueno que soy en la cama”, eso me digo siempre. Con la cantidad de pelis porno que he visto…

Seguro que todos han pensado alguna vez en hacer piececitos bajo la mesa, teniendo cuidado de no equivocarte. Recuerdo que hay varias chicas con falda y tiro la pluma al suelo a propósito, me agacho y todas tienes las piernas bien cruzadas. Antes de que ningún tío se mosquee, sobre todo el 11 que está fuerte y tiene la novia junto a él, me levanto y las tías vuelven a relajar sus caras. Abro la pluma y la tinta se ha desparramado. Cojo un trozo de papel y la limpio.

Han pasado dos horas y sigo sin pegar chapa. El 4 le dice al 11 que a ver si quedan un día para tomar algo y mira de reojo al 10, me entero de que el oportunista estudia farmacia. Se conocen de antes, siempre coinciden allí. El número 1 y 2 están recogiendo para irse. Dicen adiós, “esas ya están en el bote”, me digo contento. Aunque

el 2 vuelve a mirar al 4. El 7 se había ido hacía un buen rato, nada más volver el 10. De repente, el tío que lleva la biblioteca dice a través de los altavoces que nos larguemos, que se van, pero algo falla y el hilo voz se apaga poco a poco mientras los que quedamos esbozamos una sonrisa. El 10 y el 11 recogen, la tía se va y ni me mira. Seguro que se está haciendo la dura y en el fondo le he gustado. Pero sólo quedamos el 4 y yo, que se levanta más rápido que yo y también se despide. Me quedo solo, miro los apuntes, no me sé na

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