sábado, 5 de abril de 2008

El síndrome de Cyrano de Bergerac

-Hola, me llamo Sandra y padezco El síndrome de Cyrano de Bergerac.

-¡Hola, Sandra!-contestan unas 30 personas-

-Hoy hace dos meses que asisto a estas sesiones y ya he mejorado bastante. Casi todos me conocéis, así que no me andaré por las ramas. Quiero dejar mi profesión de modelo.

-¡Bien! ¡Te apoyamos!-replica el grupo-

Sandra explicó que después de unos meses de terapia se había vuelto a sentir alguien, por dentro y por fuera. Unos meses antes tuvo una depresión que la sumió en la peor de las tristezas. Tenía la inmensa necesidad de sentirse bella por dentro. Al ser tan guapa, llegó a la conclusión de que nadie se fijaba en su personalidad. Por lo que cuando se miraba al espejo se sentía terriblemente fea e incluso hacía ingentes esfuerzos por parecerlo. Algo impensable para una chica que vivía de su físico.

Ahora salía con Charly. Otro modelo que asistía, hacía cuatro meses, a las terapias de grupo. Junto a él, estaba dejando de sentir aquella enorme necesidad de ponerse ropa ancha, cubrirse la cara con gorras, no depilarse ni ducharse y hablar a todos del último libro que se había leído.

Un mese antes: una chica con un aliento putrefacto se sienta en la barra de un bar de viejos para beberse un anís junto a un antiguo libro de Faulkner. Su gigantesco jersey y la curvatura de su espalda impiden ver su metro ochenta y cinco. El horrible gorro de lana que lleva puesto, en pleno mes agosto en Cáceres, imposibilita ver su larga cabellera negra. Sus ojos verdes, el único matiz de esperanza que queda en ella, disminuyen las distancias entre el optimismo y el abandono. El color negro de su alma casa con el de sus ropas, hasta sus calcetines son opacos. Es el único reducto de optimismo que le queda, pisar sobre el mismo negro que puebla su cerebro.

Charly entra en el bar bajo la atenta mirada del camarero, porque los pobres y mendigos no son bien recibidos en su establecimiento. Anda dubitativo hasta que localiza a Sandra. Han quedado por primera vez, es parte de la terapia de grupo a la que asisten.

Tenía ganas de decirle que deberíamos enrollarnos. Ésa sería la mejor terapia de grupo que podríamos hacer. Pero me daba un poco de asco sus uñas negras y el olor que desprendía. Yo también había pasado por la fase de abandono total. Ahora ya me cortaba las uñas y me duchaba cada cuatro días, como mínimo. Incluso estaba pensando en retomar el gimnasio, cuando me dejasen entrar. Después de cinco años yendo, el dueño me dijo que mi imagen asustaba a la clientela y que volviese cuando fuese el de antes. “El de antes”. Supongo que está bien tener un modelo de fama internacional en tu gimnasio. Pero cuando te da por vestirse a tu aire y retomar el cerebro que dejaste olvidado en la puerta, te excluyen sin más. Simplemente fue la confirmación de que mi vida estaba vacía.

Sandra parecía una buena chica. A pesar de su primera sesión con el grupo. Estaba destrozada. Lloraba tanto que nadie se enteró de lo que decía. Excepto que ya no se depilaba y no tenía intención de hacerlo. A lo que añadió que el último chico con el que estuvo la dejó porque decía que ya no se cuidaba. Puntualizando que lo había hecho a propósito, para ver si la quería por su interior o su exterior.

Tocó fondo cuando empezó a salir con los chicos más feos que veía. Tenía un sentimiento de culpa tan grande por atraer sólo por su físico que se sentía como una asesina por sentirse atraída por alguien sólo por su aspecto. Contó que había estado con infinitud de chicos horrendos. Aunque incluso ellos la dejaban porque su estado, anímico y físico, dejaba mucho que desear.

Dos modelos de pasarela pasean por Nueva York y París con trapitos de Guchi y Dolce Gabana. Sandra y Charly habían desfilado juntos muchas veces, sin saberlo. Ambos pertenecían a las caras habituales de los magazines de moda y las firmas más importantes. Cobrando grandes sumas por contonear sus huesos con estilo.

Después de muchos años recibiendo halagos a sus esculturales envolturas se sentían como dos trozos de carne sin más. Habían oído hablar a algunos compañeros de una pequeña terapia de grupo en una ciudad extremeña, Cáceres. Nunca antes, en sus ajetreadas vidas habían dedicado su atención a sus compañeros de trabajo porque estaban demasiado ensimismados en ellos. Por eso no se conocían. Ahora nadie diría que alguna vez rompieron esperanzas ni fueron artífices de sueños húmedos.

Después de hablar durante varias horas, él la acompaña a ella hasta la casa que alquiló para que se dé una ducha. Prácticamente la obliga. Le dice que apesta, ella llora. Lo empuja con fuerza e intenta echarlo de la casa. Charly resiste y prácticamente le arranca la ropa hasta que la mete en la ducha y comienza a escupirle champú a borbotones para que no tenga más remedio que enjuagarse. Sandra sale de la ducha rápido apartándolo de su camino con un empujón. Para que la deje tranquila decide seducirlo. Hace tiempo que Charly no se acuesta con nadie y termina en la cama con ella y ahora ya puede respirar a su lado sin taparse la nariz.

Las reuniones se suceden una tras otra. Cuando llegué aquí y conocí al amor de mi vida no me había dado cuenta de que casi todos los chicos y chicas eran muy guapos. Todos viven, o lo han hecho, de su imagen. Igual que yo. A veces veo mis fotos o los videos de alguna pasarela importante y no creo que sea yo. Enseñando mis piernas, mi torso, sugiriendo sonrisas con mis labios bien apretados.

Ahora somos personas normales. Nadie diría que nunca fuimos bellos para los demás. Nos hemos comprado una casita en la ciudad y asistimos todos lo jueves a las reuniones, ya hace dos años. Nos va bien. Ya no trabajamos como modelos y hemos superado completamente nuestros temores. Charly es un encanto. Se ha dejado la barba y nos pelamos con una máquina del pelo al cuatro los dos. Así nos obligamos a ir aseados. Y él aprovecha para pasársela por la barba. Ha descubierto una tienda para gordos donde compramos nuestra ropa mucho más barata y a nuestro gusto. No es que hayamos perdido nuestra figura, hacemos mucho el amor, pero seguimos sin querer enseñar a los demás nuestros cuerpos. Reservamos ese placer para nosotros.

Leemos mucho, el próximo año nos matricularemos en la Universidad para cultivarnos un poco, tenemos suerte y los dos supimos ahorrar cuando trabajábamos. Aunque la verdad es que yo soy la que tiene más dinero porque las chicas siempre ganan más. Pero no me importa. Somos felices.

La gente del barrio los llama los perdidos. Nadie sabe qué hacen ni a dónde van en realidad, pero saben que tienen dinero. Siempre visten de negro. Tienen el pelo corto. Llevan ropas anchas y parecen bastante sucios. Leen libros en los parques y no salen por las noches.

2 comentarios:

Letty Castillo dijo...

hola!!
he de mencionar q el link a este post fue el primero q encontré al googlear "sindrome de cyrano", no estudio psicologia ni nada parecido, apenas voy en prepa pero suelo ser muy curiosa. Yo también tengo un blog y me gusta escribir, gracias por ese cuento, me ha ayudado a saber los sintomas del sindrome :)

Daniel Aparici dijo...

Me alegro de que te gustase el relato. Ya vi que tú también escribes, y muy bien, pero tengo que hacerte dos aclaraciones: curiosamente, desde Méjico, tengo muchas visitas a este relato, desde casi todo el Estado, aunque tengo que aclarar que me inventé completamente el síndrome. Me servió como recurso para escribir sobre la historia que tenía en mente... Me has alegrado el día. Creo que haré un relato sobre un relato, gracias por la idea... Hasta pronto...