El ruido del agua era fuerte. El jardín no daba para mucho pero invirtió el orden de sus movimientos, al igual que el sus palabras.
-No te acerques, ya no quiero que me toques.
-¿Pero qué te pasa ahora?
-Sabes perfectamente lo que me pasa, no disimules.
Había visto la marca en su cuello. Sintió el olor del sexo… No era su marido. Era su amante, para ella tal vez era algo más. Le molestaba que hiciese el amor con su mujer. Lo que quería para ella sola.
-¿Pero qué te pasa ahora? De verdad.
-Ya sabes lo que me pasa. He perdido mi tiempo viniendo a consolarte. Acabas de estar con ella, esa pelea te le has inventado. Ya es la última vez que pico.
Su mujer apareció por la puerta de la casa que daba al jardín. La miró fijamente interpelando una maraña de palabras que Laura no alcanzaba a comprender, porque hablaba en sueco… Pedro la cogió del brazo y le invitó a sentarse de nuevo.
-Te acaba de decir que no sirves ni de amante. -Con una sobriedad que asustó a Laura.
-¿Pero qué es todo esto? ¿Qué lío es este? Yo me voy y ahí os quedáis con vuestras historias. Esto empieza a ser demasiado raro. -Mientras la mujer de Pedro, Anna, se sentaba junto a ella.
Laura se levantó de la silla. Estaba en su oficina, junto a sus compañeros. Entre un cúmulo de circunstancias que no entendía. Su jefe la saludó al pasar junto a su mesa. La oficina estaba igual que cualquier mañana. Con la diferencia de que aquel día era sábado y no tenía que estar en el trabajo. Hacía un segundo que estaba en el jardín y… Volvió a sentarse en la silla. Cerró los ojos y cuando los abrió estaba en su casa. ¡Era imposible! Pensó que se estaba volviendo loca, luego creyó que todo se trataba de un sueño. Intentó despertarse pero no podía.
-Cuando diga tres te despertarás. –Le dijo una voz desde el alguna parte.
-Uno, dos, tres.
Abrió los ojos y comprendió. Estaba en la consulta de su psicólogo, la había hipnotizado para indagar en el problema. Incluso en el trabajo tenía complicaciones con sus compañeros. Entonces, sin contrariedades, vomitó lo sucedido aquél día en el jardín.
-El agua volaba. El aspersor tenía tanta potencia que teníamos incluso que gritar para escucharnos. Pedro llevaba una camisa blanca preciosa y unos pantalones marrones. Yo tenía puesto el vestido azul que tanto le gustaba. El pelo suelto, por supuesto. Me cuesta mucho… Sí, ahí estábamos sentados. Tan tranquilos, hacía cinco minutos que acababa de llegar. Sus ojos dejaron que me enfriase pronto. Me ocultaba algo. Ah, sí. Tenía una marca en el cuello. Le pregunté cómo se la había hecho y no me respondió. Supe que era de su mujer. Al instante deduje que no se había peleado con ella, sino que acaba de estar con ella en la cama. Yo había salido corriendo de mi casa porque me dijo que iba a dejarla, que no soportaba estar con ella, que era la última discusión que tenían. Se iba de divorciar. Hasta que apareció ella. Sin saber cómo, me explicaron que estaban jugando conmigo, sólo me querían por mi dinero. Sabían que lo guardaba en una caja fuerte y ya se habían cansado de esperar a descubrir el número. Querían que se lo diese. Empecé a gritar y un vecino se asomó. Escapé de milagro. Menos mal que escuchó mis gritos. Ya nunca he vuelto a saber de esos dos aprovechados.
-Señora. Usted se refiere a su marido, ¿verdad? Le recuerdo que hace ya algunos meses que se casó con una holandesa. Ahora tienen un hijo. Pedro viene a verme cada cierto tiempo para ver cómo sigue usted. ¿No se acuerda? La dejó porque decía que usted imaginaba cosas que no eran ciertas. El hombre ya no podía más. Incluso después de volverse a casar, vino a un par de terapias con usted. Deje de mentirme a mí también, conozco su vida perfectamente. Intentemos trabajar sobre la verdad, aquello que odia tanto. Tiene que dejar de inventarse la realidad. No padece ningún problema médico, es algo innato. ¡Incluso ha mentido hipnotizada! Mire, la realidad es demasiado bonita para fantasear finales de novela rosa. Sólo hace falta vivir para encontrase con ellos.
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