sábado, 5 de abril de 2008

LA PENUNBRA DE LA SINCERIDAD


La historia que voy a relatarte no tiene personaje principal, ni secundarios, sólo figurantes. Mi vida es un devenir en el que nunca he formado parte de nada, excepto de ti. Ahora, después de tantos años soy capaz de mandarte una carta que nada más conocerte escribí y decidí titular: La carta que nunca recibirás. Por supuesto, nunca la recibiste. Aquí te la adjunto:

Hola María.

Acabo de dejarte en casa. Sólo hace dos semanas que nos conocemos y creo que estoy enamorado de ti. Por eso, y porque creo que te podría llegar a querer mucho, nunca te contaré que fui una persona muy diferente a la que soy ahora. La parte de mí a la que besaste la primera vez y la que te hace sonreír es producto de la más remota casualidad. Lo más probable es que si supieses por lo que pasé hasta poco antes de conocerte no querrías volver a verme.

Nací en un pequeño pueblo de Córdoba, eso te lo dije. Mi padre, dedicado en cuerpo y alma al dominó y las cartas, no me prestó mucha atención cuando era pequeño. Mi madre, que trabajaba de sol a sol en la huerta de un vecino, mantenía la casa. No le quedó demasiado tiempo para educar a un niño falto de cariño. Ya de mayor supe que mi padre tenía varias amantes en el pueblo, además de que su verdadero problema era el alcohol. Así hasta que mi pobre progenitora tuvo que irse a la gran ciudad para huir de unas casas hacinadas en pequeñas calles, una cárcel entre montañas.

En el colegio todos me llamaban el hijo del medio litro, que era la cantidad de vino que mi padre bebía cada mañana para desayunar. Yo no entendía el por qué y mi madre decía que era porque papá era capaz de beberse medio litro de agua de un buche, cosa que no me parecía ninguna proeza. Pero con siete años no te planteas demasiadas cosas. Sólo que de vez en cuando mi padre, que se llamaba Pedro, llegaba tarde a casa gritando a mi madre y que perdía todos los trabajos. Era plomero y los vecinos lo llamaban bastante, aunque para decirle que no hacía falta que terminase el trabajo, que habían encontrado a alguien que no les vaciaba la bodega y que dos meses para tres tuberías era pasarse de castaño oscuro. Cuando tenía siete años y medio, mi madre me vistió muy deprisa un mañana de otoño, recuerdo que hacía tanto frío que había escarcha en las aceras. Salimos corriendo hacia la parada del autobús con la única explicación de que nos mudábamos a Córdoba y que papá vendría en un tiempo.

Éste es un pequeño resumen para que sepas que me crié sin padre, al tiempo nos llamaron diciendo que había muerto de cirrosis. Mi niñez prosiguió en un colegio de un barrió humilde del que conservo muy buenos amigos. Como era un niño atormentado por una realidad que no comprendía, pegaba todos los días a un par de compañeros y mi madre no paraba de ir a hablar con los profesores. Luego pasé al instituto, ya me había calmado un poco. Era un niño hiperactivo, siempre haciendo deporte y sin parar de hacer cosas. Estudiaba, mi madre quería que me hiciese un hombre de provecho y el poco tiempo que le quedaba después de limpiar casas lo dedicaba a que hiciese los deberes antes de salir a jugar con mis amigos. El primer año de instituto me fue bien, hice amigos y aprobé todo. Mis amigos del colegio y yo probamos nuestros primeros porros. Eso fue el principio de una larga trayectoria en la que terminé muy mal. Las drogas me llevaron a la prostitución. Con 17 años empecé a acostarme con una vecina de mi bloque que me pagaba por darle lo que el marido parecía no saber que necesitaba. Un dinero fácil. Poco a poco fui dejando de lado los estudios, repetí tres cursos porque estaba drogado todo el día. La mujer me recomendó y en poco tiempo ya tenía más trabajo del que podía hacer. Llegó hasta los oídos de mi madre, a la que se lo negué y, como no, me creyó. Lo dejé durante un tiempo, pero el dinero es muy goloso y me busqué una nueva afición. Los mismos efectos de la cocaína que ya consumía con 20 años me apartaban de las consecuencias de mis hechos. Así que empecé con pequeños hurtos en grandes superficies hasta robar coches, algunos de los que luego vendí por partes. Todo terminó cuando la policía me detuvo conduciendo un coche deportivo de lujo que acababa de robar. Ya tenía 22 años y estuve seis meses en prisión porque al final se descubrió que no era la primera vez y que la cosa venía de largo. Al no tener antecedentes penales la cosa no fue tan grave, exceptuando que mi madre se enteró de todo. Desde mis adicciones a las drogas hasta lo de los coches. Estaba en segundo de la Diplomatura de Administración y Dirección de Empresas.

En la cárcel seguí estudiando. El tratamiento de desintoxicación era muy fuerte y me costó mucho trabajo. Las consecuencias de años consumiendo drogas es que tenía como una nube en la cabeza que no me dejaba pensar bien. Cuando salí volví a la carrera, me daba tanto asco lo que le había hecho a mi madre, con todo lo que me quería, que intenté acabar mis estudios. Todo ello combinado con mis vistas ante el juez, cada cierto tiempo, al igual que mis visitas periódicas a un psiquiatra. Desde entonces ya nada volvió a ser igual. Ahora me costaba más relacionarme con la gente y por supuesto estudiar. Mas había que rehacer lo hecho, por mí y por mi madre. La pobre depositó una confianza en mí que rompí sin remisión con cada una de mis fechorías.

El caso es que con mucho esfuerzo terminé la carrera y busqué un trabajo legal. Lo malo es que mi sentimiento de culpa me hacía pensar que todo el mundo conocía mi pasado y estaba incómodo en todas partes. Al principio fueron trabajos de administrativo en pequeños comercio en los que no duré mucho tiempo. Fue un par de años más tarde y después de una dura recaída en la cocaína de la que casi no salgo, que conseguí el trabajo en la empresa de relojes. Dos meses antes de conocerte.

Ya ves, un chaval poco recomendable pensaría mucha gente. Por eso nunca te lo contaré. Conseguí volver a empezar y no voy a destruir todo por lo que he luchado, ser mejor, para lo que nunca estuve destinado. Es una síntesis de lo que ha sido mi vida hasta conocerte. Si te lo contase seguro que no querrías ni que te viesen conmigo. Por lo que nunca lo haré. No creas que no me apetece, me gustas mucho y quiero ser sincero contigo. Tal vez lo haga en otra vida, cuando no crea que lo mejor que me ha pasado es conocerte y crea que nunca tendré la oportunidad de volver a enamorarme. Cosa que nunca me había pasado. Algún día, si te enteras, tal vez pienses que soy un cabrón, pero no quiero estropearlo. No soy el que era, ni tengo ganas de volver a serlo. Pero como explicarlo y que no dudes de mis intenciones.

Me despido para siempre. Esta carta nunca será entregada ni sabrás que existe. Creo que tengo buenas razones para ello. Es cuestión de honestidad con mis ilusiones, yo lucho por no tener en cuenta mi pasado. Si me cuesta hacerlo a mi, cómo ibas a lograrlo tú.

Un beso, hasta mañana.

Luis

Después de leer la carta habrás comprendido muchas cosas. La realidad es muy dura. Siempre he hecho pequeñas alusiones a mi pasado, nunca de forma explícita, dejando entrever algunas cosas. Nadie me puede reprochar que te haya mentido, nunca lo hice, sólo omití ciertos detalles. Es obvio el por qué, ¿no? Pensarás que soy un delincuente, un ladrón corruptor de matrimonios heridos por la indiferencia o un simple drogadicto. Puede que no te equivoques. Aunque si alguna vez te enamoraste de mi no creo que fuese de eso, sino de todo lo que aprendí con ello: disfrutar de la vida, de la realidad pura y dura, o que hay gente como tú que merece la pena. Unas experiencias que no me hicieron mejor y me sirvieron para descubrir la peor cara del mundo y saber que no quiero vivir en ella.

La carta que escribí al poco de conocerte sólo tuvo un fin, contarle a alguien lo que deberías saber tú. Quién mejor que yo mismo para que no lo supieses. Y la verdad es que si lo piensas no habrías querido volver a verme. Fue la decisión más adecuada. Ahora las cosas son muy distintas. Quiero llegar hasta el final contigo: casarnos, comprar una casa y tener hijos. No puedo ocultarte un secreto así y menos pedirte que compartas tu vida con alguien del que sólo conoces una parte. Las personas nos vamos moldeando con el tiempo. Nuestras experiencias se amplían y crecemos, nuestro pasado no tiene porque marcarnos, aunque es gracias a él por lo que acumulamos una experiencia y no se puede soslayar. No digo que haya que regodearse en lo mal que lo hicimos en el pasado, sólo que somos un todo. Hay una parte de mi vida que me hizo ser lo que soy ahora. Lo pasé muy mal. Lejos de terminar de hundirme, luché sin olvidar mis errores y sin caer en la tentación de que marcasen mi futuro. Lo conseguí, no olvido todo aquello. Pero pienso más en el presente y en el futuro, es una opción: luchar por ser mejor.

Tus padres son muy majos. Algún día podrían encontrarse alguien que supiese todo lo que hice. Te imaginas la cara que pondrías cuando te lo contasen, porque te lo contarían, te quieren mucho y eres su hija. Cuando lo supieses, ¿me dejarías, pensarías que soy un mentiroso? No quiero ni imaginarlo. Te quiero demasiado para querer que nadie te haga pasar ese mal rato. Así, si quieres preguntarme algo, podrás hacerlo directamente. Después de años de relación no puedo dejarme nada en los bolsillos, mi corazón no me lo permite.

Soy un cobarde al decírtelo por carta, sabes que me gusta mirar a los ojos cuando hablo con alguien y después de esto a lo mejor ya no vuelves a confiar en mí. Me preocupa muchísimo que no vuelvas a creerme. Nunca te mentí, sólo deje de contarte ciertas cosas. ¡Qué cara tendrás después de haber leído estas líneas! Me lo figuro, pensarás en las veces que la gente que me conoce te ha mirado y ha sido incapaz de decirte nada. En mi madre, que tanto cariño te ha cogido. En la gente de mi antiguo barrio. La pena es que esos que tanto daño te podrían hacer no saben que a quien matarían no sería a ti. Me siento estúpido, que triste es un pasado lejano y ajeno a la vida que llevo ahora, y tan certero en la destrucción de la felicidad de nuestro futuro. Sólo quiero que sepas que si te avergüenzas de mi lo entiendo. Para que nunca bajes la mirada si decides dejarme, te digo que nunca hice nada que pudiese avergonzarte desde el día en que te conocí. No he vuelto a robar, nada de drogas ni mujeres, te lo puedo jurar. Aunque ahora pensarás que mi palabra no vale nada. Me siento fatal.

¿Sabes porqué te lo cuento después de todo este tiempo? Porque quiero pedirte que te cases conmigo. Sin mentiras, sólo con verdades. Afrontando mis errores, que ya están superados y no tienen que significar nada. Cómo decirte que cada día me preguntaba que pensarías si supieses que no sólo soy el muchacho que trabaja en una oficina. Me mordía la lengua todas las noches cuando dejaba la mitad de las historias sin contar, ahora ya sabes cuales eran las otras mitades. Por eso te lo pregunto desde la ambigüedad del papel: ¿quieres casarte conmigo? No respondas todavía, por favor, no me dejes sin antes leer lo que te escribo ahora: nos conocimos por casualidad un tarde tomando café con un amigo común. Al final nos quedamos solos y no paramos de hablar durante horas. Tus proyectos, los míos, tus gustos, hasta mi dijiste que tu color preferido era el magenta y nos pasamos media hora discutiendo sobre que clase de color preferido era ése. Me acuerdo perfectamente. Tu me contaste lo tímida que eras realmente, que casi no salías y que tampoco bebías alcohol salvo en navidad al brindar con champán después de la uvas. Qué hubiese pasado si nunca te lo hubiese contado, te querrías casar conmigo sin pensártelo. Quizás es lo que me gustaría que pensases, aunque tú eres la que tiene la última palabra. Piensa un momento en ello, al que quieres es a mí aunque sea esas dos personas. El chaval que tiene antecedentes penales y a la vez el que te hace sonreír y te da abrazos, el que te escucha. Los dos somos la misma persona. Lo que te quiero decir es que tal vez ese sea mi pasado y no fuese alguien muy recomendable. ¿Te has parado a pensar en que sólo te he querido de una forma? La única en la que sé hacerlo. Te resultará difícil pensarlo y lo entiendo. Es que sólo soy uno, si no hubiese cambiado tal vez nunca nos hubiésemos conocido y te hubiese gustado. Quizás no te hubieses fijado en un tirado, ¡si hasta te dan miedo los vagabundos y te abrazas a mí cuando ves alguno!

Mi vida sin ti sería triste, turbia, me haces ser mejor persona. Más de lo que nunca pensé que lo sería, incluso después de haberme reformado. Además, no creas que sólo soy así porque estoy desempeñando otro papel, antes de conocerte ya había decido cambiar y aportar algo al mundo y a la gente que me quiere. Mis palabras son sinceras, hablo desde mis adentros, desde los pervertidos por las circunstancias hasta los puros después de haber pasado por un infierno.

Uno de los motivos por los que tampoco te lo conté fue que siempre me dices que quieres escuchar cosas bonitas, que el mundo ya es muy triste para andar regodeándonos en nuestros sufrimientos. Te encanta ver a las madres paseando a sus hijos en el parque y nunca piensas que un desaprensivo pueda robarte el coche cuando se te olvidan las llaves puestas en el contacto cuando nos tiramos un rato besándonos en el parking de tu casa. Cómo iba a contarte tantas penas si lo que quería era enamorarte tanto como yo lo estaba de ti. Eso no significa que haya sido quien no soy, te repito que soy tal y como me conoces, con mis defectos y mis virtudes, lo que no quise fue entristecerte o que sintieses lástima.

Hace poco leí en el periódico que un americano pagaba una considerable cantidad de dinero a los drogadictos que se hiciesen la vasectomía. Iba a contártelo, mira el tío este, cree que nadie puede rehabilitarse y empezar de cero, que incluso será un defecto genético. Seguro que me hubieses dicho que a ti esas cosas te dan mucho miedo, pero que si Dios no se los ha llevado al cielo es que todavía no ha llegado su hora y que si están vivos es por algo. Recuerdo la vez que un extranjero con mala pinta se acercó a ti para pedirte dinero en una gasolinera, me lo contaste temblando. Yo te dije que mejor no pensases para lo que quería el dinero y tú me confesaste que tal vez si sabías para lo que era, pero que el pobre ya tenía suficiente con su sufrimiento como para decirle algo.

Con un mundo así, a uno le quedan pocas esperanzas para volver a ser normal, no te dejan ni quieren. Imagínate si se enterasen en mi trabajo, dirían que aquella vez que me equivoqué en algo fue por todo lo que había consumido y que menuda calaña habría conocido. En definitiva, todos los años que llevo trabajando para ellos ya no tendrían valor. Cualquiera podría decir que era malo debido a eso, a pesar de nunca haberse fijado en lo que hago o las veces que me renovaron el contrato hasta hacerme fijo. Todavía tengo miedo de que algún día entre un amigo del jefe y le diga que tal persona me conocía, que incluso sabía que había estado en la cárcel. Entonces el recordaría que una vez no le cuadraron las cuentas y que ahora sabía la causa.

Tengo miedo, lo reconozco. El trabajo es muy importante, me ha costado mucho llegar hasta donde estoy ahora. Tantos dolores de cabeza que con tus caricias desaparecían por arte de magia. Con las veces que me has dicho lo orgullosa que te sentías por lo que había aguantado hasta llegar a donde estaba.

Nada de eso me importa. Lo que quiero es tenerte, que seas mi luz ante la adversidad, que seas mi futuro en una la vida por la que un día luché y por la que sigo apostando.

Si me dejas no tengas miedo. Me has hecho creer que todo el esfuerzo valió la pena, que la vida es forjarse un futuro y pelear por estar mejor, cosa que no es fácil. Lo cierto es que nunca dejaré de ser como soy ahora, me has enseñado tantas cosas. El atardecer junto a tu cuerpo, nada en el mundo me ha llenado tanto como tú. Es tan fácil ser feliz junto a ti. El futuro es incierto, ya sé que lo mismo podríamos cansarnos el uno del otro la semana que viene y he aprendido que cada cual tiene su vida y no puede centrarla en la de su pareja. También hay que tener amor propio y el apuntar hacia un destino correcto, eso es cosa mía. Lo que pasa es que me has hecho pensar que si de forma personal estoy bien, juntos ya no podría volver a pensar que mi vida alguna vez fue mejor.

Tu padre siempre me intimidó, ahora tendría la excusa perfecta para decir que había algo en mí que no le gustaba y que él ya sabía que no era de fiar. Como si lo oyese: “Ya le vía yo algo raro a ese Luis. Nunca me hizo gracia, lo ves. Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

Si al dejarme se lo contases se me caería la cara de vergüenza. No por ellos, sino por las veces que me dijeron que lo único que querían era verte feliz. Y que cómo te iba a hacer feliz un sujeto como yo. Lo mismo hasta te buscan un buen chico, un director de banco, un médico, alguien a tu altura. La verdad es que te mereces al mejor hombre del mundo, no hay nadie tan buena como tú, ni tan lista ni guapa. Todavía no sé que viste en mí. Me gustaría adentrarme en un tu cabeza y descubrirlo. Cuántas veces me has dicho que tal chico y el otro te habían tirado los tejos, o que tu novio de toda la vida era un arquitecto muy famoso. A quien voy a engañar, soy un desastre, lo raro es que haya salido de donde estaba.

Como ves no es una carta de amor. No te dije que lo fuese, aunque tal vez lo sea. Te he contado esta vida tan ajena y mía porque te quiero. Un día decidí no volver a compadecerme y luchar, olvidar que un día fui un despojo para pensar que soy alguien a quien la vida le jugó una mala pasada. Que cada cual es dueño de su destino. Entonces llegaste tú, un día me desperté a tu lado y me di cuenta que estaba perdidamente enamorado de ti. Estabas tan dormida que ni te diste cuenta que durante dos horas permanecí inmóvil contemplando como una simple mujer me proporcionaba tal paz. Hasta con esos defectos que tan poco te gustan y que a mí me parece maravillosos.

Un día conseguiré dibujarte, lo hago desde pequeño. Intentaba dibujar rostros de mujer, nunca conseguía que me gustase ninguno. Ahora que ya sé que forma tiene el rostro que me cautivaría soy incapaz de dibujarlo tan perfecto.

Recuerdo exactamente la primera vez que te envié un ramo de rosas. Cuando abriste la puerta de tu casa y volviste al salón donde te esperaba, casi se me saltan las lágrimas al verte tan contenta. Me dijiste que las guardarías siempre, cuando se marchitaron las metiste en el bote de cristal que tanto me gusta. Cada vez que las veo recuerdo que nunca querría hacerte sufrir y acabo de hacerlo.

Tú decides si me quieres por lo que soy ahora y olvidar que alguna vez no fui el que soy ahora, ¿quién lo es? Dejar que el presente decida, o pensar que me quieres porque estás confundida y que amar a alguien con ese pasado te ha hecho ver que no nunca sentiste nada por mí.

Tal y como yo he hecho puedes mandarme una carta con la respuesta. No soportaría que me dejases mirándome a los ojos. Además, sabes que no me gusta llorar en público y menos frente a ti.

Perdóname y no te enfades. Lo hice por que te quiero.

Adiós.

Luis

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