Contado por Daniel Aparici

RELATOS CORTOS

miércoles, 3 de marzo de 2010

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Entre la página Web y la tercera novela que estoy escribiendo no tengo mucho tiempo pero ahí agruparé todo...

jueves, 4 de diciembre de 2008

A punta de pistola

Tras otro golpe de mano consiguió izar al enorme escualo, sus atemorizados rostros desencajaban el miedo, el tiburón seguía moviéndose sin dar tregua hasta que lo posaron sobre la cubierta y de un golpe certero lo mataron al instante.


-La pesca deportiva me apasiona. Nada como pescar tiburones y peces espada para abrir el apetito.

-¿Y la entrega?

-No te preocupes, estamos haciendo lo necesario para pasar desapercibidos, si queremos parecer pescadores hay que ser pescadores.


La luna llena daba luz, no tanta para los 63 tripulantes árabes que transportaba la patera, cuando los soldados destacados en el campamento cercano al Campo de Gibraltar encontraron a siete de ellos muertos en la orilla supusieron que los habían lanzado desde la barca a bastante distancia de la costa sin saber nadar y de noche. Dos de ellos tenían varios disparos, se imaginaron que los que no sabían nadar se resistieron a saltar y tras efectuar varios disparos la patera quedó vacía y el mar se llenó de 61 nadadores inexpertos y dos cadáveres que además atrajeron a distintas bestias. A lo largo de la tarde los fueron encontrando vagando por distintas playas, otros tantos seguían apareciendo ahogados en la orilla.


-Listo, ya han llegado los motores a Marruecos.

-Estupendo, diles que ya pueden volverse tranquilos, nos veremos en Cádiz capital, donde siempre.


El motor arrancó sin problemas. Barato era la palabra que utilizaban para comprar lo que fuese a aquellos estraperlistas españoles. Esta vez habían sido unos motores fuera borda de segunda mano que daban algún que otro problema. El mismo día de la entrega acoplaron uno a una patera y se fueron con 63 inmigrantes hacia España. Cerca de la costa, tras flanquear distintas patrulleras, el motor empezó a dar fallos. Ante el miedo de acercarse demasiado y no poder volver sacaron sus armas… Aquella vez, a diferencia de otras, en vez de estar a un kilómetro de la costa, estaban a dos…

martes, 2 de diciembre de 2008

La contraportada del amor

Pasó por delante, una dos y hasta tres veces, y a pesar de que a la tercera va la vencida, no se paró hasta la quinta. Al salir del trabajo encaraba la boca del metro a las 15.15 horas de la tarde, momento en el que se cruzaba con ella. Aquel día, después de tres meses, decidió inventarse una excusa para hablar con ella.

-Menudo desastre.

Ella sujetaba, como siempre, un periódico gratuito en el que la contraportada era una foto de las inundaciones de Venecia por la marea. Lo miró y al ver cómo le indicaba con su gesto la foto de atrás del periódico se fijó para responderle que era una pena. En el vagón de metro nadie pareció inmutarse, Madrid es una ciudad tan grande y atestada de gente dispar que nadie conoce a nadie y mucho menos procura fijarse en cómo actúa el resto aunque en realidad esté mirando.

-Una pena, tenía ganas de ir. –Lo cual era mentira, pero seguía en su empeño de conocer a la enigmática morena que le hacía suspirar cada medio día de regreso a su casa.

-Ya ve, así está la cosa con el cambio climático.

Cristóbal pensó que la cosa iba viento en popa porque ella le seguía la conversación, pero decidió dejarlo ahí para no estropear ese primer acercamiento.


15.15 horas del día siguiente…

-Hola…-Un silencio por respuesta.


15.15 horas, una semana después, cuando vio que lo había visto…

-¿Qué tal sigue Venecia? -Respuesta: una mirada y el silencio.


15.17 horas, vagón del metro, dos semanas después, sentado frente a ella.

-¿Se acuerda de mí?

-Perdone, pero no me apetece hablar con usted, ese rollo ya está muy visto. ¿No ve que no quiero nada?


15.20 horas, una parada después de haberse montado en el vagón.

-Perdone…

Por fin se dirige a él, ya han pasado tres incómodas semanas en las que Cristóbal se montaba en otro vagón.

-¿Sí? –Con miedo a ser regañado de nuevo por acosador.

-La otra semana fui muy brusca. La verdad es que le veo entrar siempre a la misma hora en el metro y sé que también trabaja cerca de aquí, no quería ser tan brusca el otro día pero ya estoy harta de gente que se me acerca para ligar conmigo. No se imagina lo pesados que pueden ser los hombres… Seguro que usted no es así.

-La verdad es que no, quería ligar con usted, hace mucho que la veo por aquí, disculpe.

-Pues encantada de todos modos, es una lástima no poder hablar con un hombre sin que busque nada…

-Le diría que en mi puede encontrar un amigo de trayecto, pero no es cierto porque me atraía, lo digo en pasado porque dos estaciones más allá, donde cojo mi cambio, ya he conocido a una chica con la que ahora salgo y no fue tan borde como usted cuando me dirigí a ella. Y volviendo a ser sincero, su conversación no es lo que busco, mejor hagamos como si fuésemos otros tantos pasajeros del vagón que no se conocen si no se desean.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El escudo de cristal

Paseaba sin rumbo fijo, recorría el corredor de un lado al otro, cuando se paraba en la ventana imaginaba como el viento se estrellaba contra el cristal. Su trabajo consistía en velar por la integridad física de los médicos, pero entre paciente y paciente, entre la multitud de aquella gran sala de espera, dedicaba varios minutos a mirar por aquella única y gran ventana que daba a un campo. El ambulatorio en el que trabaja Peyo estaba en mitad de la ciudad, pero habían hecho un gran parque con multitud de árboles y pistas de deporte, lo que para un urbanita sería un campo. Llevaba tres años deteniéndose frente a la ventana varios minutos todos los días, era una forma de evadirse, imaginar que siempre se puede estar protegido por un simple cristal que nunca vemos pero que puede estar ahí, como sucedía con el viento que nunca le tocaba. Un día se le ocurrió abrir la ventana para comprobar de verdad que el aire castiga el cristal realmente, los resultados fueron nefastos, un pájaro entró volando a toda velocidad, revoloteó entre la gente hasta que terminó estrellándose contra una pared. Se sentía tan culpable que lo llevó a una de las consultas por si algún médico podía hacer algo por él. El animal tenía contusionada un ala y ya no podía volar. Se lo llevó a su casa con la firme intención de cuidarlo hasta que estuviese recuperado, pero el ave no sobrevivió a una alimentación ordinaria.

El aire golpeó los cristales con intensidad, Peyo corrió hasta la ventana porque aquel día había grandes ráfagas de aire y temía que abrieran la ventana a la fuerza. Al acercarse, la ventana se abrió y uno de los filos lo golpeó fuertemente. Los médicos lo atendieron rápidamente, se había abierto una gran brecha en la frente y sangraba en abundancia. Entre las manos que tocaban su cara, la sangre que nublaba su párpado y las voces de las enfermeras, volvió a escuchar el ruido del pájaro. Creyó que de alguna forma confusa las aves podrían haberse puesto de acuerdo para vengarse de él por la muerte de su compañero y que ahora se reían fuera de los muros con su piar. Tras el incidente, pensó que el haber abierto la ventana podría haber provocado un desorden en aquel campo, quizás podría haber alterado el orden natural del viento que ya casi por costumbre se estrellaba con la ventana. Cuando todo hubo terminado la urgencia, volvió a su casa, sin girarse hacia los árboles del parque.

Al día siguiente, domingo de descanso, se acercó hasta el parque para mirar desde el otro lado de la ventana, desde fuera del edificio. Imaginó ser un pájaro que surcaba las corrientes de aire y se sumergía en el bamboleo continuo del devenir, el momento en que abrió la ventana y se coló por aquel hueco, revoloteó asustado y se estrelló contra un muro que no conocía, como le sucediera al pájaro.

-¿Está usted bien?

-¿Cómo dice?

Una morena de ojos almendrados y gesto bondadoso lo miraba preocupada.

-Vengo todos los días aquí a dar de comer a los pájaros y nunca le había visto.

-Es la primera vez que vengo, estaba mirando la ventana. Estoy bien.

-¿Seguro? Parecía aturdido. Mire, en realidad le conozco, sé que trabaja usted de guardia de seguridad en el hospital, voy casi todos los días a buscar unas medicinas para mi abuela.

-Sí, trabajo allí. La verdad, siempre me gusta mirar a través de la ventana, pero nunca había visto desde fuera la ventana desde la que diviso el parque. Todo es más grande desde aquí. Ya no está la señora del poncho negro que siempre viene sobre esta hora, aunque también es verdad que hoy es domingo.

-Yo llevo un poncho negro, ¿no seré yo?

-No sabría decirle, siempre viene a eso de la una de la tarde, aunque no siempre me asomo a la misma hora.

-Pues sí, me parece que voy a ser yo. ¿Hace mucho que la ve por aquí?

-No sabría decirle, pero sí, supongo que casi desde que trabajo aquí.

-Sí, soy yo. Hace ya casi unos tres años que después de venir a buscar los medicamentos de mi abuela me vengo al parque a dar de comer a los pájaros.

- Supongo que es el destino.

-No, es que por fin se atrevió a mirar sin la protección de su ventana.

jueves, 1 de mayo de 2008

CUANDO EL TAMAÑO IMPORTA

Un micro relato sería así: pocas líneas, estructura densa y sentimientos concentrados. Pero mi vida era mucho más difícil de contar. La redacción tenía que estar lista para ayer, mi profesor de literatura me había dado un último plazo, dos días. Debía resumir mi vida en siete líneas y ya había gastado cuatro en aclararme mi objetivo buscado. Principio de la quinta línea, mi infancia: dura, sin amigos, insultado por obeso, atado a papá y su botella. Empiezo la sexta línea, amigos, amor y familia: solo. Mitad de sexta línea, familia: papá y su botella. Final de redacción: mi vida se resume en 7 líneas, gracias profesor…

sábado, 5 de abril de 2008

LA LÍNEA QUE SE TORCIÓ

Un ser humano puede, sin muchas dificultades, tomar las características de otros. Somos capaces de mutar y absorber, desde la personalidad hasta la apariencia de cualquier persona. De forma consciente o inconsciente. ¿Cómo pedirle a un objeto que no adquiera las de otro? Él, que ni siquiera es consciente. Si tirásemos un ticket cualquiera, bien redondeado para no ejercer resistencia al aire, desde un tren que viaja a 220 kilómetros por hora, podría volar a la misma velocidad durante unos segundos.

El ticket salió despedido desde el tren, hecho una pelota. Impactó con la sien de Aurora, al paso por la estación, y la mató. El gusano metálico no paraba allí. Por lo que Roberto, que iba dentro, tiró el billete apuntando a la chica. Después de haber escrito en el pequeño papel azul: “Volveré a por ti, te quiero”. Habían quedado en aquella estación. En donde el tren no paraba, desde hacía dos semanas, por unas obras en la estación. Ambos se dieron cuenta en ese preciso momento del nuevo itinerario. Cuando el engendro mecánico no aminoró su marcha al aproximarse y los dos se apresuraron a preguntarle a quien estaba a su lado qué ocurría.

Mi trabajo de delineante está mal pagado. Sobrevivo como puedo desde hace años. En mi pequeña casa roja. En mitad de la nada. Cerca de Ávila. En mitad de un pequeño pueblo llamado “Monte de Retales”. Cerca de mi trabajo. En la linde entre lo próximo y lo equitativo según mi poder adquisitivo. La morada estaba adornada de recuerdos de muebles antiguos y una chimenea obstruida por el paso de los años.

Cuando Aurora entró en mi vida supe que todo cambiaría. Tenía miedo y buscaba la lejanía de los sentimientos. Después de cambiar de trabajo, por enésima vez, todavía no aceptaba que ya estuviese establecido por los astros hasta dónde llegaría laboralmente. La resignación había sido mi enemiga y cercaba mis pasos. Cuando decidí encontrarme con ella y aceptar mi sino, Aurora se metió en mi vida. Ella trabajaba de arquitecto en un bufete de Ávila. La conocí allí. Tenía que presentar unos dibujos de unos planos, el trabajo sucio de los grandes matemáticos del muro. Ella los revisaría para luego llevarlos a cabo. La mitad de las veces, la empresa para la que trabajaba yo recibía encargos sin saber de quién eran exactamente.

Sus manos eran limpias. Su espíritu también. Me acariciaba como a la porcelana. Un experimento en sus primeros años de carrera. Sus primeros planos. Mis primeros dedos. Nunca pude olvidarla. Me enamoré tanto que la esperaba con impaciencia. Incluso me movía cuando hacía las grandes líneas de sus proyectos para que luego me limpiase la tinta que derramaba sobre mis perfiles. Una regla tiene pocas oportunidades de enamorarse. Pero fue imposible no hacerlo. Su inocencia sellaba mis noches. Su aspecto regordete y sus cabellos, siempre recogidos en una larga cola, me hacían soñar con nuestra vida. Grandes estudios, proyectos infinitos en los que pasar noches en vela y viajes por el mundo mostrando de lo que éramos capaces.

Todo se desvaneció el día que apareció con un juego de reglas nuevas, al terminar la carrera. Decía que yo estaba desgatada y que sus años de estudiante quedarían atrás conmigo. Un tiempo en el que vi trasformarse a una niña en mujer. Una chica que sabía disfrutar de sus adentros, que reservaba su gran mundo interior sólo para unos pocos privilegiados. Tuvo un par de novios a los que siempre odié. Decían que la querían y siempre la trataron bien, pero no sabían apreciar lo especial que era. Su sensibilidad, su inteligencia y su belleza. Todo junto a unos principios sobre la vida muy bondadosos. Cuando me dejó olvidada en el piso quise fundirme, desaparecer, quebrarme para que ninguna mano volviese a tocarme. Pero no pude evitar que varios estudiantes volviesen a utilizarme al instalarse en el piso donde quedé relegada. Mas nunca olvidé a Aurora y mi vida fue volver hasta ella.

Mi trabajo en Ávila está bien. A mis 35 años soy una mujer de hoy en día. Con éxito en el amor y el trabajo. Ahora me gustaría poner mi propio despacho. Mi última conquista, Roberto, el delineante del pueblo, podría serme de gran ayuda. Quizás sea un inconveniente el que tengamos una relación, mientras no se ponga pesado… Así me ahorro el buscar a nadie. Como está desesperado por cambiar de vida hará lo que sea por mí. A diferencia de los otros chicos él está enamorado de mí. Aunque no me satisface en la cama tanto como Juan o Andrés. Hasta mi jefe es mejor que él y eso que es bastante mayor.

Sé que debería enamorarme de Roberto, pero como hacerlo de un fracasado. Además, qué provecho podría obtener de él. Lo mantendré hasta que me interese, como a los demás.

La primera vez que la vi supe que me había gustado. Era tan guapa, con esa larga cola. Enseguida me pareció una buena chica. Estudiosa, reservada, esas cosas no se aprenden. Se es buena persona o no. Y todas las buenas chicas lo parecen desde el primer momento. Lo que me extrañó fue que se fijase en mí. Quería saber si trabajaba por libre, a parte de la empresa, y que la ayudase a terminar algunos proyectos. Me pagó una miseria que mereció la pena por conocerla más. Me dijo que ella buscaba a alguien bueno como yo, no quería amantes ni hombres malos, necesitaba amor. Igual que yo. Me hizo sentir tan especial por poder darle aquel amor que creí volver a ser alguien. Además, saliendo con una arquitecto. Pensé que si algún día iban bien las cosas podría tener una buena vida gracias a ella. Se lo dije y nos reímos.

Si no llega a ser por aquella vieja regla no habría cruzado una palabra con ella. Le habría dado los planos, como a otros clientes, y ya está. Nunca antes me había sucedido. La mañana antes de irme, vi la regla tirada en el suelo y la volví a poner en la mesa. Sin darme cuenta de que me había manchado la yema de los dedos con los números. Fue Aurora quien se percató. Le hizo gracia. Me dijo que tenía que comprarme material nuevo y fue así como entablamos una conversación. Le expliqué que con lo que ganaba tenía que conformarme con aquella vieja regla y mis antiguos lápices y rotuladores. Entonces me propuso trabajar para ella, en mis horas libres. Quería montar su propio despacho, en Madrid. Sugiriéndome que si nos iba bien, podría marcharme con ella y ser socios.

Después de algunos proyectos juntos surgió en mi interior algo. Por como me veía, por cómo me apreciaba. Mucho más allá de lo físico. Ya que yo había tenido ciertas relaciones que habían resultado un desastre porque las chicas sólo estaban conmigo por mi aspecto. Ser rubio, delgado, alto y atractivo me hacía dar una buena impresión, que no casaba del todo con mi aspecto interior ni mi situación laboral. Una vez que me conocían lo suficiente y se percataban de que era afable pero sin futuro me dejaban. Ésa fue la diferencia. Ella me hizo sentir que podría ser alguien y que ella lo era también por dentro.

Sentía a Aurora cerca. A pesar de los años y las manos. Después de ella, pasaron por la casa distintos estudiantes a los que no presté atención. Nunca se olvida a tu primer amor. Siempre manteniendo la esperanza de volver a vernos. Con un ojo aquí y otro en el porvenir. Percibía que no se había alejado mucho de Madrid. Seguía estando cerca. Tal vez me estuviese esperando sin saberlo. De una cosa estaba seguro, no podía haber cambiado. Un día, después de muchos años la volví a sentir más cerca que nunca su presencia. Ahora servía de instrumento de trabajo a Roberto. Vivíamos en una casa antigua en mitad de la nada. Llegué hasta él a través de mi anterior dueño. Me dejó como material de segunda mano en una librería hasta que el bueno de Roberto me compró junto a otros materiales. Tenía poco dinero y una vida sin sentido. Estudió delineación de mayor. Antes se dedicaba a transportar muebles con una furgoneta. Contaba a sus amigos el cambio que había sufrido su vida desde que utilizaba más la cabeza para ganar dinero. Cuando ambos sabíamos perfectamente que sus bolsillos seguían igual de vacíos y los callos de sus manos habían pasado a formar parte de un cerebro que luchaba por no abandonarse. Sabiendo que su destino sería ser un sueño, sólo eso.

Tenía que hacer que me llevase hasta ella. Así que la noche de antes, sabiendo que se encontrarían al día siguiente, me dejé caer al suelo. Al recogerme por la mañana me destinté. Era un tipo tan simple que tendría que ayudarle para que se conociesen. Aurora se fijaría en sus dedos manchados de números y líneas. Era muy observadora.

Después de dos meses de relación quedé con ella en una pequeña estación. Prácticamente nos escaparíamos a Madrid para formar nuestra nueva empresa. Aurora pensó en todo. Al principio trabajaría también de secretario. Dejé mi trabajo sin derecho a pedir ningún tipo de indemnización. Ella había dejado el suyo también. Con bastantes problemas, por lo que se ve el jefe la quería tener en su equipo por mucho tiempo. Claro, Aurora era muy querida por sus compañeros.

El tren se aproximó hasta la estación. Cuando vi que seguía con la misma velocidad le pregunté al hombre de al lado que por qué no nos parábamos. Hacía unas semanas que ya no se detenía allí por unas obras para modernizar la estación. Sólo me dio tiempo a coger mi billete y escribir que volvería a por ella. Abrí la ventana y la vi. Me extrañó que no tuviese consigo las maletas. Saqué la mano y dejé caer el ticket, hecho una bola para que no se lo llevase el viento. Apunté y le di de lleno. Al alejarnos la vi desplomarse al suelo sin saber qué había ocurrido.

Roberto es un buen chaval, pero sabe que lo nuestro no tiene futuro. Montar algo con tu pareja es una tontería. Además, no tengo ganas de atarme, con todas las oportunidades que tengo. Para qué. Le diré que retome su trabajo y me deje ir sola. Ya rehará su vida.

Ahí viene el tren. ¿Por qué no se detiene?

-Señor, ¿el tren no parará aquí?

-No, hace unas semanas dejó de hacerlo por reformas de la estación. Tendrá que ir a otra.

Mejor así. No tendré ni que decirle adiós. Cuando me llame a mi casa o al trabajo se lo explicaré todo. ¡Una mano me hace señas desde el tren!

Sentí como Aurora moría. Igual que todo lo que daba sentido a mi vida. Ahora ya no la percibía. Fue muy rápido. ¿Qué había hecho Roberto? Una regla sabe medir las distancias, dividir los espacios, pero quizás no hubiese sabido trazar el futuro igual que una línea. Aunque un objeto quiera, es el hombre el que al final tiene la última palabra sobre cómo utilizarlo. Al igual que una maleta, una pistola o un simple trozo de papel.

Al final, el dolor fue tan grande que me partí para que nadie más me tocara como ella lo había hecho.

ESCRITORA POR VOCACIÓN

El ruido del agua era fuerte. El jardín no daba para mucho pero invirtió el orden de sus movimientos, al igual que el sus palabras.

-No te acerques, ya no quiero que me toques.

-¿Pero qué te pasa ahora?

-Sabes perfectamente lo que me pasa, no disimules.

Había visto la marca en su cuello. Sintió el olor del sexo… No era su marido. Era su amante, para ella tal vez era algo más. Le molestaba que hiciese el amor con su mujer. Lo que quería para ella sola.

-¿Pero qué te pasa ahora? De verdad.

-Ya sabes lo que me pasa. He perdido mi tiempo viniendo a consolarte. Acabas de estar con ella, esa pelea te le has inventado. Ya es la última vez que pico.

Su mujer apareció por la puerta de la casa que daba al jardín. La miró fijamente interpelando una maraña de palabras que Laura no alcanzaba a comprender, porque hablaba en sueco… Pedro la cogió del brazo y le invitó a sentarse de nuevo.

-Te acaba de decir que no sirves ni de amante. -Con una sobriedad que asustó a Laura.

-¿Pero qué es todo esto? ¿Qué lío es este? Yo me voy y ahí os quedáis con vuestras historias. Esto empieza a ser demasiado raro. -Mientras la mujer de Pedro, Anna, se sentaba junto a ella.

Laura se levantó de la silla. Estaba en su oficina, junto a sus compañeros. Entre un cúmulo de circunstancias que no entendía. Su jefe la saludó al pasar junto a su mesa. La oficina estaba igual que cualquier mañana. Con la diferencia de que aquel día era sábado y no tenía que estar en el trabajo. Hacía un segundo que estaba en el jardín y… Volvió a sentarse en la silla. Cerró los ojos y cuando los abrió estaba en su casa. ¡Era imposible! Pensó que se estaba volviendo loca, luego creyó que todo se trataba de un sueño. Intentó despertarse pero no podía.

-Cuando diga tres te despertarás. –Le dijo una voz desde el alguna parte.

-Uno, dos, tres.

Abrió los ojos y comprendió. Estaba en la consulta de su psicólogo, la había hipnotizado para indagar en el problema. Incluso en el trabajo tenía complicaciones con sus compañeros. Entonces, sin contrariedades, vomitó lo sucedido aquél día en el jardín.

-El agua volaba. El aspersor tenía tanta potencia que teníamos incluso que gritar para escucharnos. Pedro llevaba una camisa blanca preciosa y unos pantalones marrones. Yo tenía puesto el vestido azul que tanto le gustaba. El pelo suelto, por supuesto. Me cuesta mucho… Sí, ahí estábamos sentados. Tan tranquilos, hacía cinco minutos que acababa de llegar. Sus ojos dejaron que me enfriase pronto. Me ocultaba algo. Ah, sí. Tenía una marca en el cuello. Le pregunté cómo se la había hecho y no me respondió. Supe que era de su mujer. Al instante deduje que no se había peleado con ella, sino que acaba de estar con ella en la cama. Yo había salido corriendo de mi casa porque me dijo que iba a dejarla, que no soportaba estar con ella, que era la última discusión que tenían. Se iba de divorciar. Hasta que apareció ella. Sin saber cómo, me explicaron que estaban jugando conmigo, sólo me querían por mi dinero. Sabían que lo guardaba en una caja fuerte y ya se habían cansado de esperar a descubrir el número. Querían que se lo diese. Empecé a gritar y un vecino se asomó. Escapé de milagro. Menos mal que escuchó mis gritos. Ya nunca he vuelto a saber de esos dos aprovechados.

-Señora. Usted se refiere a su marido, ¿verdad? Le recuerdo que hace ya algunos meses que se casó con una holandesa. Ahora tienen un hijo. Pedro viene a verme cada cierto tiempo para ver cómo sigue usted. ¿No se acuerda? La dejó porque decía que usted imaginaba cosas que no eran ciertas. El hombre ya no podía más. Incluso después de volverse a casar, vino a un par de terapias con usted. Deje de mentirme a mí también, conozco su vida perfectamente. Intentemos trabajar sobre la verdad, aquello que odia tanto. Tiene que dejar de inventarse la realidad. No padece ningún problema médico, es algo innato. ¡Incluso ha mentido hipnotizada! Mire, la realidad es demasiado bonita para fantasear finales de novela rosa. Sólo hace falta vivir para encontrase con ellos.