sábado, 5 de abril de 2008

La vida secreta de un pájaro

Nací en el seno de una familia acomodada. La Guerra Civil española nos sorprendió, como a todos. Yo me hice rojo y mi familia fascista. Antes de la llegada de las tropas de Franco hasta Madrid, me alisté en el ejército. Dejé mis estudios de medicina con Gregorio Marañón, una eminencia que me hubiese hecho llegar muy lejos. Comencé a entrenarme en un campo de aviación, hasta que después de destrozar varios aviones me hice piloto de cazas: volaba Moscas. Derribé varios aviones en combate aéreo, aunque mis compañeros decían que si Franco hubiese sabido cuántos destrocé en mis entrenamientos, también me hubiese dado un par de medallas. Al final, las tropas franquistas se hicieron con el control. Resistimos lo que pudimos, pero tuvimos que huir. Cogí mi avión en Zaragoza y lo estrellé poco antes de llegar a los pirineos aragoneses. Allí robé una gallina en una granja, me la puse bajo la chaqueta para darme calor, y pasé los pirineos andando hasta pasar la frontera francesa. El campo de concentración era un lugar fascinante… Gracias a mis estudios de medicina logré colocarme en la enfermería. Traficaba con huevos que sacaba en cazos de leche. Luego los revendía dentro del campo. Los guardias hacían la vista gorda porque luego los atendía en cualquier momento.

Después de bastante tiempo decidí volver a España. Mi familia perdió toda su fortuna cuando Franco me apresó y quisieron liberarme. Me torturaron de mil formas para que les dijese cuántos aviones derribé y a cuántos ejércitos había bombardeado. Al final me soltaron, gracias a mi familia, y encontré un trabajo de camionero para pagarme mi carrera de medicina. Descargaba graba en el Manzanares. Pero ya estaba en la lista negra del Generalísimo y no volvería a pilotar nunca más un avión. Así que cuando terminé la carrera me fui a Tánger. Allí me dejarían volar libremente.

En Tánger tuve bastantes problemas, aunque me hice con un nombre como médico y aviador, otro como gran persona. Después de atender a los pacientes en mi consulta privada iba directo al pequeño aeroclub que había en la ciudad marroquí. Pagaba mis vuelos dando clases particulares. Así tenía la excusa perfecta. Aunque en realidad yo era el que pagaba casi todos los gastos del pequeño aeroclub, sosteniendo mi verdadero amor: volar.

Siempre creí en Dios, aunque los budistas hablaban de una reencarnación. No sé bien dónde ando ahora. Supongo que esto es el cielo. Tras mi accidente de avión no recuerdo casi nada. Tuve que morir al instante. Siempre decía que cuando fuese viejo iría al aeropuerto a ver, simplemente, volar a los aviones. Nunca creí que Dios me enviase al cielo. Ahora soy un pájaro negro, en realidad no sé de qué especie, aunque no temo por mi vida. Soy un poco más grande que un cuervo. Vuelo donde quiero. Con mi cuerpo, en las corrientes de aire, en las fluctuaciones… Todavía sigo en la tierra, supongo que habré dejado algo importante por hacer… Estoy cerca de los que algún día quise. Simplemente los observo, no puedo hacer nada. Sólo dejar que me vean. Creo que alguno ya se ha dado cuenta de mi presencia. Aunque ningún tipo de comunicación es posible. Sólo siento sus alegrías y tristezas. Intenté gritarles, pero ya no hablo como un humano. Únicamente, aquellos con una gran sensibilidad han sabido captarme. Con mis alas, batiéndolas en mis vuelos, consigo trasmitirles ideas a través del aire, aunque sólo me comunico con su parte interna, su subconsciente.

Hay quienes creerán que el cielo es convertirse en esencia, en energía… Éste es el cielo que yo siempre soñé, volar…

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