Las ocho en punto de la mañana. Fui directo al bazar a comprar el regalo de mi hermana. Era el primer cliente. Regateé un rato con aquel hombre moreno, menudo y de grandes gafas. Mientras su bigote todavía titubeaba, salí del comercio con la radio por mucho menos de lo que costaba.
-Preséntate nada más abrir.
-¿Por qué?
-Los hindúes tienen la creencia de que el primer cliente que entra en su tienda debe llevarse algo, sino afectará negativamente a las ventas de ese día.
-De acuerdo, mañana me planto en el establecimiento a primera hora. Espero que me haga un precio.
Mi vecino había viajado mucho. Tenía mucho que enseñar sobre la vida, pero en realidad era listo. Se puede ir muy lejos y no traer nada de vuelta. Ramón era uno orondo treintañero de ojos pequeños y poco pelo. Un tipo singular con un gran corazón.
-Said, le hablé a mi vecino sobre la norma que tenéis del primero cliente que entra en el bazar.
-Te dije que no se lo contases a nadie. Nunca me haces caso Ramón. ¿Crees que mi religión es una broma?
-No tiene mucho dinero y necesita un buen regalo para su hermana. Vendrá mañana. De todos modos le habrías hecho un precio al entrar el primero. Sólo te lo advertía para que lo trates bien.
-¡Encima! Sabes que intentaré que se lleve lo que sea a cualquier precio. Mira, deja de hacerme favores con clientes que se aprovecharán de mí. Incluido tú. Ya no recuerdo la última vez que viniste a comprar nada por la tarde. Desde que te conté lo de la mala suerte siempre apareces a primera hora de la mañana.
-Hombre, para que le hagas una rebaja a un desconocido se la haces a un amigo, ¿no?
La radio será el mejor regalo que le hagan. Desde que mis padres se jubilaron nunca están en casa. Pasan la mitad del tiempo en el pueblo y la otra viajando a sitios cuyos nombres no sabía que pudiesen ni pronunciar. Y mi hermana, la pobre. Todavía no ha terminado el instituto y casi vive sola. La visito todo lo que puedo, teniendo en cuenta que desde que salí del nido me niego a volver más de dos días seguidos. Con la radio será como si alguien le hablase. No puedo estar llamándola a cada momento. Y quizás le pique el gusanillo por aquel módulo de técnica de sonido.
-Las ondas hertzianas me llevan hasta vosotros. ¿Mis palabras resuellan en vuestras memorias sonoras? Esta mañana tenemos en antena a Esteban, el comprador de la radio para su hermana. Por favor, Said, apaga el aparato que está apunto de entrar en la tienda.
Los locutores están cada vez más locos. Parecía como si hablase conmigo. Pondré una emisora de música. ¡Bien! Suena Hotel California. Bonita canción para recibir al chico que entra. Será el vecino de Ramón, a ver por cuánto me sale el favor de los dioses.
-¡Hola! ¿Acaba de abrir? ¿Soy su primer cliente?
-Sí, Esteban…
La canción de la radio paró de sonar y se volvió a escuchar la voz del transistor dirigiéndose a los dos.
-¡Hola Said! ¿Esteban? Espero que hayáis tenido un agradable despertar. Ahora aparecerá Ramón para que hablemos los cuatro. No os asustéis, os conozco bien. Soy quien guía vuestras acciones. Ha sido fácil llevaros hasta la tienda y reuniros.
-Te equivocas en algo. Nosotros te reunimos aquí para hacerte salir de tu anonimato. Ahora mismo hay cinco ángeles frente a tu puerta, vieja loca. ¿Creías que un arcángel puede dominar el futuro de la humanidad? No te servirá tu aspecto humano.
Saúl cerró el cómic mientras observó que el indio de la esquina acababa de abrir. Su autobús pasaba en 30 minutos y decidió probar suerte.
-¡Hola, buenas!
-¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarle?
-¿A cuánto tiene los discos vírgenes?
-A un euro y medio.
-Le doy 70 céntimos por cada uno.
-¿Qué? Mire, por ser mi primer cliente se lo dejaré en 90 céntimos.
-¡80 y no se hable más!
-De acuerdo, ¿cuántos quiere?
Enfundé la pluma y dejé de dibujar. Los diálogos de Salomé eran extraños pero vendían números. A los chavales les encantaban aquellas historias de casualidades. Miré hacia mi derredor e intenté que el dibujante no se percatase de que me perfilaba los trazos que no me gustaban. Mañana tocaba el color, una parte sencilla porque no requería de mucha creatividad sino de técnica. En este número tendría que salvar a
Cerré mi cómic tras leer la escena en la que el chico conseguía los compact disk más baratos. Pensé en el nuevo disco de Calidoscopio, mi grupo favorito. Así que me desperté temprano y fui a la tienda del indio de mi barrio. Había otros diez chavales más esperando. ¡Increíble! Corrí hasta la calle contigua en la que había otro negocio más escondido. No era el bazar de un hindú, sino el de unos chinos. Quizás la norma fuese extensiva a otras culturas. Los orientales también tenían fuertes tradiciones muy arraigadas todavía. Y allí sí que no había nadie, era el primero.
-¡Buenos días!
-Hola, qué tal. ¿Tiene el disco de Calidoscopio?
-Sí, vale 20 euros.
-¡Imposible! No tengo tanto dinero.
-Pues vuelve cuando lo tengas. No puedo hacer nada por ti.
-¿Por qué no me lo deja en 12 euros?
-Nosotros no somos como los indios. El precio siempre es el mismo.
Saqué mi pluma y el cómic. Le mostré mi DNI y le expliqué que yo era el dibujante. Que tal vez en el próximo número explicásemos algo de su cultura que beneficiase a la nuestra y todos irían a sacar beneficio de la situación a su local.
El hombre encendió una vieja radio de la que manaron las palabras de
-¿La escena cambia de nuevo?
-¡Voz, aquellos dos no se ponen de acuerdo!
Sentí el miedo del dibujante, miré hacia el espejo y descubrí que estaba a punto de borrar uno de mis bocetos. Sujetaba una goma verde y empecé a olvidar la escena anterior, como siempre ganaría la princesa.
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